En la actualidad, cualquiera que tenga un dispositivo electrónico con acceso a internet puede acceder a una gran cantidad de información en cuestión de segundos. Esto se agudiza con el uso de la inteligencia artificial, donde cualquier petición realizada por el usuario se cumple al momento: clasificaciones, síntesis, resúmenes, formulaciones de datos… Sería de necios negar que esto no es un avance, ahora bien, esto puede ser muy pernicioso en el ámbito educativo si no se le otorga el uso pedagógico adecuado.
Suele ser habitual que el estudiante únicamente ponga el foco en la obtención de la información (por ejemplo, para realizar una tarea o cualquier tipo de trabajo escrito), dejando de lado los procesos metacognitivos fundamentados en la comprensión, el contraste y/o la reflexión. Cuando esto sucede de forma reiterada, además de generar un mal hábito, se está produciendo una denostación del conocimiento. Esto conlleva, ineludiblemente, a un menor aprendizaje, lo que, sin duda, es alarmante. Que el estudiante aprenda ha de ser el principal objetivo de la escuela/universidad, y, como docentes, debemos de, además de generar aprendizaje, cotejar que se ha producido, siendo este perdurable en el tiempo. Hay que tener presente que el conocimiento proporciona una base sólida sobre la que los estudiantes pueden construir nuevas ideas y conceptos. Esto favorece el establecimiento de conexiones más profundas.
Por ello, como docentes debemos establecer planteamientos didácticos que fomenten la comprensión y el pensamiento crítico, desarrollando actividades que promuevan la resolución de problemas sobre los contenidos que queramos trabajar. En este sentido, el conocimiento adquirido debe construirse bajo unos pilares de transferibilidad, es decir, que el estudiante perciba como útiles para su aplicación fuera del aula. Del mismo modo, es fundamental potenciar el desarrollo de habilidades de comunicación, tanto escrita, como verbal. Por ejemplo, la exposición oral se ha convertido en una de las competencias que más se vincula con el aprendizaje y con el futuro éxito profesional.
Por lo tanto, y más allá de la pirotécnica metodológica y la malentendida y malinterpretada 'innovación educativa', debemos, más que nunca, otorgar importancia a los contenidos aprendidos, enmarcándolos bajo un enfoque social en el que prime tanto el éxito individual como colectivo. En una sociedad cada vez más tecnológica y ausente de criterio propio, es imprescindible que la educación formal se configure como un agente que garantice la autonomía y la toma de decisiones del estudiante, algo que favorecerá el cuestionamiento, la duda, la creatividad, la indagación. Quizás, pensar que la tecnología solucionará cualquiera de nuestros problemas supone dejar al margen el lado más humano, más real, más emocional, más gratificante, y, sobre todo, más inteligente.
Si no utilizamos el aprendizaje y el conocimiento como principal estandarte de la escuela y de la universidad, será cuestión de tiempo observar, seguro que con anhelo y frustración, el debacle del saber, algo que nos condena como sociedad.