Nadie duda (o no debería dudar) de que el aprendizaje del estudiante, independientemente de la etapa educativa en la que se encuentre, ha de estar asociado a la adquisición de unos contenidos que puedan ser evidenciados a lo largo del proceso de enseñanza. Además, ese aprendizaje será más positivo cuanto más duradero y extrapolable sea a diversidad de contextos. Es evidente que para ser competente en algo uno tiene que tener conocimientos. Ahora bien, la forma en la que estos se generen y se consigan es clave.
Los procesos metodológicos que dan estructura a la educación reglada deberían atender a una diversidad de variables, entre las que se encuentran el fomento de la autonomía y la responsabilidad del estudiante. Estas dos variables son esenciales, tanto a nivel académico como personal, ya que no solo mejoran el rendimiento en el aula, sino que también preparan a los estudiantes para enfrentar los retos de la vida adulta de la manera más efectiva posible. En este sentido, es preciso diseñar en el aula actividades y tareas que favorezcan la toma de decisiones del alumnado y que le permitan autorregular su proceso y gestión del tiempo, asumiendo las consecuencias que ello tiene. Cuando un estudiante es autónomo ha de reflexionar más de forma independiente, algo que conlleva tener una mayor capacidad para resolver problemas y ajustarse a los tiempos y características de la tarea. Del mismo modo, esa autonomía y responsabilidad se relaciona con la motivación intrínseca, ya que el estudiante es más proactivo cuantas más posibilidades tenga de tomar decisiones en el proceso. Como consecuencia de ello, aumentarán las opciones de desarrollar una mayor confianza en sí mismos, promoviendo su autoestima y la competencia percibida. El hecho de no depender siempre y exclusivamente del profesor puede derivar en una búsqueda de recursos más activa y eficaz, estableciendo mecanismos más óptimos para gestionar adecuadamente los tiempos.
En este sentido, un alumno que aprende a través de su propio establecimiento de metas, relación con sus compañeros y asunción de responsabilidades, es una persona que presenta una mayor capacidad para adaptarse a distintas situaciones, algo que, sin duda, contribuye a una sociedad más activa y comprometida. Para ello, se debe favorecer que el estudiante, además de conocer los criterios que regulan una actividad, así como los instrumentos de evaluación y de calificación de la misma, se le permita tener decisión, aunque sea mínima, sobre aspectos vinculados con la tipología de la actividad, requisitos, plazos de entrega…
Para ello, es fundamental que se faciliten tiempos en el aula, tanto individuales como grupales, para que el alumnado se autovalúe y coevalúe a los demás, siendo de esta manera consciente de lo que lleva aprendido y de lo que tiene que mejorar de cara a la calificación final. Estos tiempos de reflexión, gestionados por el docente, unidos a la tipología de la tarea demandada, y, sobre todo, al fomento de la socialización y de relaciones interpersonales, supone, sin duda, un aprendizaje mucho más auténtico.
Es por ello que, si bien es importante el qué se enseña, la forma en la que se hace condiciona e incide mucho más en el resultado final.