La movilidad urbana en el siglo XXI no pasa por el uso del vehículo privado. Los gestores municipales lo ponen difícil mediante restricciones de todo tipo, todas ellas onerosas, siguiendo la costumbre de esquilmar al contribuyente para, según dicen, el bienestar general. Entre las medidas que han inventado destaca la de la ORA, donde han encontrado un filón extractivo de primer orden pintando rayas de colores en el suelo e imponiendo al conductor la obligación de pagar por estacionar allí.
Llama la atención el procedimiento establecido, que excede la estricta obligación de pagar por aparcar. Una obra celebre de la literatura universal ya señala que el contrato permite obtener una libra de carne, pero ni una sola gota de sangre. Aquí, además de pagar, hay que sudar sangre descifrando qué indican las líneas de colores, bajar del coche y andar en busca de una máquina, no siempre bien señalizada, no siempre cerca, que no tiene ninguna protección ante el reflejo del sol, la lluvia o el frío. En esas condiciones, hay que usar un aparato complejo y hacerlo adecuadamente, sin equivocarse, sin pagar de más o de menos. De más no te devuelven y de menos te sancionan ipso facto. Por procesos mucho más simples en los centros de trabajo es obligatorio hacer un cursillo, o dos, si incluimos el de riesgos laborales.
Dicen que todo es más simple si se tiene y se maneja la correspondiente app, que se traduce en que, además de pagar, ponemos de nuestro bolsillo el sistema de recaudación y así ya el servicio funciona a la perfección. Si el bienestar que buscan es de todos y cada uno de nosotros deberían no sangrarnos, y facilitar el cumplimiento de nuestras obligaciones con el mejor servicio posible, más cercano, más accesible, con más máquinas en la calle, mucho mejor señalizadas, con protección del sol y la lluvia, con menos trabajadores para recaudar y más para atender al conductor.