De dimisiones, de amago de dimisiones, de dimisionarios arrepentidos, va la semana. La de Xavi, revocada. La otra, la gran decisión, la que medita el presidente del Gobierno, la esperamos (la decisión, digo) en vilo, con el país en el limbo, con los adeptos pidiéndole que no se rinda, saliendo a la calle, con el partido cerrando filas y mostrando su adoración al líder. En nada, se ha montado toda una campaña de amor. De amor precisamente, a su mujer, iba todo esto, ¿no? A veces es lo único necesario.
Algo inédito. Me lo voy a pensar, y el lunes os cuento. En periodo de reflexión estamos. Pocas cosas nos sorprenden ya. Y seamos sinceros, ¿Quién no ha tenido alguna vez ganas de mandarlo todo al carajo? ¿Días de esos de «que se pare el mundo, que me bajo»? Cinco días de parón para ver dónde estamos, dónde vamos, con quién, por qué, para qué, analizar la balanza… seguramente nos vendrían bien a todos. No lo solemos hacer, y menos un presidente. Pero mira, igual lo pone de moda. Ansiosos esperamos LA DECISIÓN.
La otra, la de Xavi, era «irrevocable». El banquillo del Barça era poco menos que una silla eléctrica «desagradable, cruel». Un horror, vamos. Una losa inmensa. Pues ahí va a seguir, expuesto a las descargas que lleguen con los vaivenes futboleros. Vaivenes que también producen descargas, pero de felicidad. Una montaña rusa vinculada a que una pelotita entre detrás de una línea. Xavi debería saberlo. El fútbol es así.
A ver, a Xavi no le fletaron autobuses de fans, como a Pedro Sánchez, pero el de Terrassa sintió la confianza, el cariño. A Laporta hasta se le saltaban las lágrimas de la emoción.
Con el asunto Xavi podemos tirar de la sabiduría popular, rectificar es de 'xavios', permítanme el juego de letras, donde dije digo, digo Diego, los malpensados que no se creen lo de que no han buscado a otro, pueden incluso pensar aquello de que cuando no hay más, contigo Tomás. Añadiría al César lo que es del César, para no echar en el olvido que Xavi ganó una Liga. El de cada uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras lo ha hecho saltar por los aires.
Como futbolista que vivió en el elogio excelso, la alabanza, la admiración, el éxito, a Xavi, no acostumbrado a ella, le ha desquiciado la crítica. Sobrepasado, convirtió el calentón, el hartazgo, en una declaración pública que le ha perseguido tres meses. Pero sí, todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, ¿cómo no? Y a reflexionar. Aunque sean cinco días. Y nos tenga en ascuas.