Siempre me han sorprendido los furibundos rechazos de quienes dicen defender la tradición ante un cambio en el calendario, la llegada de una fiesta nueva, la irrupción de una nueva costumbre. La humanidad, las culturas, cambian constantemente, se copian, innovan, incorporan y abandonan costumbres. En cuanto aparece el fantasma de la identidad, la armamos con sus trampas sobre el ser y el representarse. La felicidad es otra cosa y, generalmente, tiene más que ver con la apertura, el cambio, la tolerancia a lo nuevo que con el mantenimiento férreo de lo viejo.
Un clásico es la celebración del Halloween moderno -disfraces, dulces y espíritu festivo- frente a Los fieles difuntos, en España con un cariz serio, de rememoración, pero también de reunión familiar. La verdad que nunca he entendido por qué hay que escoger, por qué no sumar, por qué privar a los niños de una fiesta carnavalesca. No entro a la cuestión paradójica de haber sido el cristianismo el conquistador de las fiestas paganas que eran la base del Halloween. Los mexicanos lo han resuelto eficazmente con su fiesta de los muertos, donde conjugan celebraciones, con el recuerdo y la visita a los difuntos disfrazados de Catrina.
Otro foco de absurdez es la cuestión Papá Noel frente a los Reyes Magos, dos tradiciones de semejante antigüedad. Papá Noel, San Nicolás o Santa Claus responde al mismo espíritu cristiano de regalar a los pequeños que la de los Reyes Magos; por cierto, Magos que constituyen la gran reliquia de la catedral de Colonia. Contraponer una fecha frente a la otra como una cuestión de autenticidad versus modernismo caduco supone una venda irracional, un enfrentamiento innecesario en nuestro mundo de felicidad a través del gasto. Mis abuelos, y antes sus padres, ya traían a Noel todas las nochebuenas. Recibíamos unos pocos juguetes, a veces menores, y la Navidad discurría mucho más feliz hasta su esperado final.
Algo de esto hay en los discursos de Navidad. Yerra el Rey atándose a la literalidad de la Constitución sirviendo para que los tergiversadores de la misma piensen que les está dando la razón. Mejor hubiera tirado por los valores de la paz, del cese de la violencia, como hizo el Papa acordándose de Gaza, lo que le habría venido muy bien para reflexionar al energúmeno de Ortega Smith.
Cuando oigan proclamar el valor de la tradición, desconfíen, algo les están robando.
Losheterodoxos.blogspot.com