Imaginen un mundo en el que los partidos políticos hablasen con la intención de entenderse, y llegasen a acuerdos en beneficio de los ciudadanos. Seguramente recuperaríamos la confianza en ellos, e incluso muchos que ahora no votan, cuando tocase, sí que lo harían.
Imaginen un mundo en el que desde todas las ventanillas en las que te ves obligado a consultar algo, te respondieran con amabilidad, pienso en bancos, la sanidad pública, organismos oficiales e incluso que una voz humana te respondiera cuando contactas con tu compañía de teléfono. Estaría bien, y que no te maltraten dejaría de ser noticia.
Imagínense una sociedad en la que grupos ciudadanos muy polarizados, muy alejados ideológicamente, se reunieran para dialogar. Si tu intención es entender al otro qué cosa mejor puedes hacer que conversar. Ponerse en el zapato de otro ayudaría a empatizar con sus pisadas y, a lo mejor, hasta podrían caminar juntos.
Imaginen una realidad económica en la que la economía circular de reutilización de los productos sustituyera a la actual de usar y tirar, o de obsolescencia programada, en la que la cuenta de resultados de los fabricantes de productos efímeros no creciera indefinidamente: puede que la lista de Forbes desapareciera de los telediarios, pero mejoraría la salud del planeta, y eso nos interesa a todos, no sólo a unos pocos.
Imaginen que en las redes sociales sólo aparecen noticias verdaderas y que nadie se sirve de otros para sembrar falsedad, incertidumbre o miedo, y que se detuviera el nacimiento de reptilianos, terraplanistas o ultramundanos de incierta procedencia: también esto mejoraría la salud del planeta y sus habitantes.
Y puestos a llegar al colmo de la imaginación, imaginen que aparece una nueva religión que no se autoproclama como la única heredera de la única verdad, y en la que sus seguidores se dedican a ayudar al prójimo sin preguntarle de dónde procede o qué religión practica, y no lanzan misiles a sus vecinos matando miles de niños en defensa propia: Herodes fue un aficionado. Sería bien recibida y quizás muchos incrédulos empezarían a creer que la bondad humana existe, con un dios o sin él.
A pesar de todo, sí: la bondad humana existe.