Quien defienda la instalación de las barracas de San Pedro en cualquier zona residencial es porque no tiene remota idea de lo que significa convivir con las atracciones, y no solo por el ruido o la suciedad. A mí, nueve años seguidos viendo cómo las montaban y desmontaban en la Quinta me quitaron las ganas de barracas de por vida. Y fue poco tiempo, la mitad, en comparación con lo que han sufrido los residentes en el entorno del polígono docente del Vena, que tienen que estar muy agradecidos de que las reiteradas quejas de la Universidad hayan surtido, por fin, efecto. Si no hubiera sido por la institución, ahí las tendrían el próximo junio.
Vecinos, alumnos y docentes han aguantado 18 años, un tiempo que nuestros representantes en el Ayuntamiento -actuales y anteriores- no han empleado en encontrar el lugar adecuado para una actividad de este tipo; no, ellos se entretuvieron con novedosas propuestas como devolver las barracas a la Quinta. Algunos partidos que afirman defender y cuidar el Medio Ambiente incluso lo llevaron en su programa, a pesar de los múltiples informes técnicos del Ayuntamiento que lo desaconsejaban desde hacía años por seguridad y salubridad.
Ahora, en otro golpe de ingenio, concluyen que «lo mejor» es llevarlas a Fuentecillas porque, total, se pongan donde se pongan van a molestar. El argumento es alucinante en sí mismo y no merece la pena perder tiempo en valorarlo, pero sí creo obvio que si el equipo de gobierno sabe de antemano que no hay ningún sitio adecuado para las atracciones, igual debe afanarse en buscar una solución y asumir que, quizá, «lo mejor» sea aplazar la feria hasta que haya un recinto propio del siglo XXI para organizarla. Aunque les cueste unos votos el año que viene.