Me disgusta el palabro fachosfera porque otorga un aire de mofa o irrealidad a lo que hay detrás, que más que serio, es pavoroso.
En estos días hemos conocido cómo el mundo ultra se manifiesta con plena desvergüenza a través de tertulias de sacerdotes fanatizados en youtube, cómo Santiago Abascal profiere en EEUU exabruptos contra la Universidad de Salamanca y las de Bolonia y Harvard, o del protagónico papel de la Iglesia en el asentamiento y difusión del bulo de ETA en los atentados del 11-M. No son casualidades, todo forma parte del mismo plan.
La ultraderecha se asienta sobre un principio básico: la realidad ha de acomodarse a sus creencias. Lo suyo es pura antimodernidad: contrarios a la observación científica del entorno social y natural, al desarrollo del pensamiento ilustrado y crítico, a la superación de los dogmas religiosos, a la separación Iglesia-Estado, a los principios liberales pro derechos individuales. Los ultras quieren orden, control y seguridad, tres imposibles vitales que solo pueden conseguirse por la vía violenta, la imposición, la manipulación y la intolerancia.
El desparpajo de los curas contrarrevolucionarios provoca sonrojo. Las barbaridades que dicen entre risas -el deseo de muerte del Papa o la exaltación de Franco son solo dos perlas- muestran su deseo de alcanzar una sociedad fundamentalista. Evidentemente, esto tiene que ver con una clarísima involución dentro de la Iglesia, a la que los especialistas atribuyen de manera directa e indirecta un destacado papel en el surgimiento de la ultraderecha política en España.
La revelación -en el extraordinario especial sobre el 11-M de El País, en su 20 aniversario- de una breve conversación telefónica entre el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y el presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio M. Rouco Varela, resulta tan reveladora como estremecedora: la absoluta connivencia de la cúpula eclesial con la formulación del gran bulo, la inmensa mentira de que ETA estaba tras los atentados de los trenes de 2004. El Mundo de Pedro J. y la Cope de Jiménez Losantos construyeron un universo de mentiras, falsedades y manipulaciones adelantándose a las famosas fake news. Allí se testó el poder de la mentira y la demostración de que feligresía, lectores y oyentes de derechas iban a seguirles ciegamente en su deriva antidemocrática y antiliberal. Las víctimas, la verdad, el respeto a las instituciones…, todo fue pasto de estos patriotas. Después llegó Vox. Hoy seguimos al borde del precipicio.
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