Benjamina y Miguelón forman parte de nuestros ancestros reconocibles, aquellos que habitaban Atapuerca y sus restos fueron hallados en la Sima de los Huesos, seguramente el cementerio más antiguo de la humanidad. Benjamina padecía una lesión en el cráneo, que deformó su cabeza y le provocó un retraso mental que la hacía dependiente. Murió con unos diez años. Miguelón sufrió una infección dental que le perforó la mandíbula que pudo determinar su fallecimiento con unos 35 años.
Los cráneos 14 y 5 del Museo de la Evolución Humana de Burgos han merecido nombre propio (Benjamina y Miguelón) porque, en ellos, los científicos encontraron rastros de historias conmovedoras. Sus huesos muestran huellas del padecimiento de esas graves enfermedades a las que sobrevivieron durante años gracias a que recibieron el cuidado de familiares y paisanos. Por tanto, los heildelbergensis que poblaban estas tierras hace casi medio millón de años ya tenían desarrollados sentimientos como el afecto, el cariño o el amor, que no esperan nada, ni el apareamiento, ni el trueque. En lugar de abandonar a los enfermos, como hacen muchas especies animales, los cuidaban. Eran humanos.
Este comportamiento choca con muchas de las realidades que se viven hoy. Recientemente, se ha conocido que en los hospitales públicos de Canarias hay 600 personas viviendo. Son enfermos que han sido dados de alta, nadie ha ido a recogerlos y, como no pueden valerse por sí mismos, se han quedado allí a vivir. La situación es de tal gravedad, que el 20% de las camas del Hospital de La Candelaria (Tenerife) están ocupadas por personas dependientes que deberían estar atendidos por familiares o el sistema público de dependencia.
Estos datos se han conocido gracias a una asociación de profesionales del Servicio Canario de Salud (Asamblea 7 Islas), pero sería muy interesante conocer el drama de cada provincia, del HUBU. Cada una de las personas abandonada a su suerte en un hospital tiene encima huellas de egoísmo y desamor que se disolverán con su fallecimiento. Sólo perdurarán las marcas de la generosidad colectiva, del Sistema Público de Sanidad, el último reducto para las personas más vulnerables.
El pasado 19 de diciembre falleció en Vilviestre del Pinar mi tío Abel. Llevaba más de cuarenta años enfermo, casi la mitad de ellos sin salir de casa. Murió en su cama, al cuidado de su familia, de mi tía Asun, protagonista de una historia de amor y entrega conmovedora. Gracias por la lección. Feliz 2025 a todos.