La pasada semana, aprovechando el tiempazo reinante, pateé la ciudad un poco sin rumbo, lo que siempre es un placer. Caí por la zona alta, por el final de la avenida del Cid, la avenida Cantabria arriba y me planté delante del solar del Yagüe; el hospital, la residencia, las 300 camas o como lo llame usted según su edad.
Y la verdad es que el lugar produce una sensación extraña. Por un lado, pasando por la antigua entrada, frente a la parada de taxis que increíblemente aún funciona, a uno se le dibuja en la cabeza la fachada con sus tres tragaluces redondos sobre las puertas. Pero, al mismo tiempo, lo que hay es un vacío abrumador, un espacio inmenso (como dos campos de fútbol) que desciende hacia Federico Martínez Varea y combina cemento, zonas verdes y algunos árboles ahora floreciendo. No parece cuidado al máximo, pero no está ni mucho menos salvaje. Y ahí es donde queremos llegar: el solar es propiedad de la Tesorería de la Seguridad Social, que lo ha subastado tres veces, pero no lo coloca.Según publicó este periódico, habrá una cuarta en la que de nuevo bajará el precio para ver si hay suerte. Y mientras no pasa nada por años y años, el recinto está vallado, listo para contemplar desde fuera (con estupor) ese agujero céntrico y colosal en una ciudad que se expande o huye de sí misma dirección Villímar o Arlanzón abajo. Y, pregunto inocentemente, ¿por qué no tiran la valla? Sí, sus dueños, la Seguridad Social, que somos todos. ¿Qué ganan ellos con que no se use mientras lo colocan (si pueden)? Sería perfecto para pasear, estar, o para plantar huertas si alguien lo desea (en bancales, porque en el subsuelo dejaron residuos hospitalarios chungos). Aquí puede sonar marciano, porque somos siervos de la burocracia y ni siquiera lo sabemos, pero en Berlín, por ejemplo, ocurrió. Cuando el viejo aeropuerto de Tempelhof (en medio de la capital) cerró, se planeó un desarrollo urbanístico al que la población se opuso y consiguió parar. El sitio está tal cual, con sus pistas, su verde... Los fines de semana, miles de personas, familias con niños o jóvenes acuden al lugar a echar el rato, tumbarse, jugar, utilizar lo que es suyo y, en definitiva, llevar la vida a la calle. No parece tan difícil.
Puestos a pedir, tampoco estaría de más poner un cartel, o un panel, uno que cuente bien que allí estuvo el lugar en el que muchos nacieron, se curaron o pasaron sus últimos momentos. Que explique eso y, sobre todo, la huella que dibujó en nuestra memoria colectiva. Porque recordar es importante. Salud y alegría.