Convivir, revivir, sobrevivir, desvivir, pervivir, malvivir, bienvivir. Pocos verbos como al que me refiero pueden conjugarse con tantos prefijos, dándonos una idea aproximada de cómo estamos llevando lo importante del término, su raíz: vivir. En el patio particular de mis palabras, considero que precisamente esta es una de las que más puede acompañarse de prefijos y sufijos porque de todas ellas es la más importante. A su familia de palabras pertenece otra fundamental para que el desarrollo de su conjugación pueda ser perfecto o, al menos, digno: vivienda.
Dice el último informe del portal Idealista que el precio de la vivienda en Burgos se situaba en febrero de este año en 1.760 euros por metro cuadrado, un 8,3% más alto que hace justo un año. Mientras que el del alquiler estaba en la misma fecha en 8,5 euros por metro cuadrado al mes, lo que significa un 8,7% más respecto al precio de mantenía en febrero de 2023. Las cifras dan una idea de que para adquirir un piso de 100 metros cuadrados hay que desembolsar 176.000 euros, al margen de impuestos e intereses de hipoteca. Mientras que para el alquiler de un año se necesitan 10.200 euros, sin contar las dos mensualidades de fianza.
El problema de acceso a la vivienda es el más antiguo del mundo. Y, sin embargo, las soluciones propuestas, vistos los resultados en el siglo XXI, del todo incompetentes. Solo una fórmula parece funcionar en los países más avanzados del entorno europeo, y es la construcción masiva de viviendas públicas en régimen de alquiler. Que, en el caso de Alemania, Dinamarca o Suecia, por poner algún ejemplo, son propiedad de los municipios y permiten a sus inquilinos contar con un hogar sin necesidad de empeñarse para toda una vida; promueven la movilidad entre territorios, haciendo más sencillo el cambio de residencia; y contribuyen a la emancipación de los jóvenes en edad adecuada.
En provincias como Burgos, en las que el envejecimiento de la población y la falta de mano de obra suponen una grave amenaza para su desarrollo económico y social, contar con una ventaja competitiva como el acceso de la vivienda a precio razonable permitiría atraer y retener ese talento joven del que tanto lamentamos su huida, con el fin de que, además de calidad de vida, aquí haya también quien viva para disfrutarla.