Igual es hora de empezar a hablar del campo. No digo que me alegre de que se sucedan las protestas. Lo ideal sería que no fueran necesarias, pero uno no puede evitar sentirse satisfecho viendo que, en España, por unos días al menos, se habla de lo que se tiene que hablar. De los problemas reales de la gente y no de un tipo que vive en Bélgica, maletero mediante. De los problemas de un sector asfixiado y fundamental para el resto de los mortales y no de si la canción de Eurovisión es transgresora por decir zorra.
No sé si servirán de mucho las protestas de estos días, pero al menos han conseguido que hablemos de ello. La burocracia les sepulta, los precios les ahogan y las políticas ecofriendly de Bruselas les cortan las alas. Y eso que desde los despachos llenos de papel reciclado de la capital comunitaria se ha tardado en revertir algunas directrices sobre el uso de pesticidas lo mismo que se tardó en declarar verde la energía nuclear. Saben los jefes europeos que, como vaticinaba Giscard y suele repetir mi amigo Carlos Dávila, el campo tumba gobiernos. En Francia tienen aprendida la lección.
Se equivocan los agricultores si terminan sus protestas en Ferraz como pretenden algunos porque Ferraz poco tiene que ver con el asunto. Igual que se equivocan los que acusan de extrema derecha a éstos por las filias y fobias de algunos que se erigen como portavoces del movimiento. Aunque en España ya sabemos que mirar al dedo que señala a la luna es deporte nacional y hay quien se empeña en verlo todo como una constante batalla entre la derecha y la izquierda. Habrá quien vuelva a quedarse en esos pequeños detalles para poder hablar de lo malos que son los agricultores mientras preparan la escapada a la sierra el fin de semana.
Pero habrá quien siga protestando en las carreteras porque el pan llegue a su mesa y a la nuestra. También porque llegue a la mesa de los Goya, que se celebran mañana y en los que, sospecho, no escucharemos a todos esos revolucionarios de esmoquin defender los derechos de las gentes de nuestros pueblos.
Si el trayecto Madrid-Valladolid que van a hacer mañana cambia de paisaje se darán cuenta. Pero para entonces ya será tarde. Para entonces no quedará campo, ni quedarán pueblos, ni quedarán gentes. Para entonces, Cervantes dixit, fuese y no hubo nada.