Juan Francisco Lorenzo

Pensar con los ojos

Juan Francisco Lorenzo


Progreso y ética

07/10/2024

«La inteligencia artificial, como la bomba atómica o la energía fósil, son consecuencias del progreso científico-tecnológico, pero no están acompañadas de una reflexión ética». Son declaraciones de Markus Gabriel, filósofo alemán, realizadas en una reciente entrevista, en las que manifestaba su preocupación por esta disociación entre la ciencia y las humanidades, que tanto daño está haciendo a nuestro modelo de sociedad. 

Los avances tecnológicos son imparables e incluso deseables, abren nuevas expectativas, nuevos canales de comunicación, mayores posibilidades en el tratamiento de diferentes enfermedades, son muchos los aspectos en los que modifican la vida para bien, pero también pueden hacerlo para mal: depende de cómo los usemos.

Hoy en día se mata a distancia, las guerras han cambiado, Gila tendría que reescribir sus guiones bélicos, pero seguro que con su ingenio sacaría partido a esos drones que dirigidos desde lugares lejanos asesinan con precisión, como cuando se mata un corzo en una batida. Netanyahu es un genocida de alto rango que está haciendo un flaco favor a la humanidad. Trump es un visionario mentiroso movido por intereses ajenos a cualquier planteamiento ético posible, y Putin es la imagen del zar ruso soberbio y ambicioso subyugado por un imperialismo ya desaparecido. Los tres dirigen grandes países, bueno esperemos que Trump no, y los tres están haciendo un gran daño moral. 

Si el progreso científico-técnico no va acompañado de progreso moral, viene a decir Gabriel, no existe ningún progreso, la humanidad no progresa con una tecnología lanzada hacia el futuro mientras la ética permanece anclada en tiempos de Copérnico.

Mirándolo desde otra perspectiva se puede decir que «en los lugares donde hay progreso moral también lo hay económico e ideológico» y curiosamente, pone el ejemplo de nuestro país, que ha progresado considerablemente en cuestiones de género lo que supone un gran avance social. 

Nuestro mundo sobrevive entre paradojas: los avances tecnológicos plantean viejos interrogantes y nuevas incertidumbres. Para resolverlos necesitamos que la ética sea el puente que una ciencia y humanidades si verdaderamente queremos progresar. Ahí está el reto.