Amnistía. Es la palabra del momento. Y ¿qué es amnistiar? Fundamentalmente, perdonar. Pelillos a la mar. Aquí no ha pasado nada. Pero digo yo que la base del perdón reside en el arrepentimiento, ¿no? ¿Se puede perdonar a quien no se arrepiente, a quien no pide perdón, a quien no tiene propósito de enmienda, a quien no se compromete, al menos, a intentar no repetir? ¿Alguna vez lo han hecho ustedes? Pues bien clarito lo quiso dejar el aún prófugo Puigdemont, jactándose incluso, sacando pecho. No pedimos perdón. Sólo faltaba. Perdón, ¿de qué?
Pues ese perdón es el núcleo del acuerdo que permitirá a Pedro Sánchez seguir en La Moncloa. Aunque hay más cositas en el tablero de este acuerdo firmado tras tensar la cuerda, forzando las costuras patrias, pelín chantajista. Y amenazante. A ver, Pedro, no te vayas a creer que con esto ya estaría, que la estabilidad te la vas a tener que «ganar día a día». Puigdemont dixit, con el acuerdo recién sellado. Vamos, que Carles le va a hacer sudar tinta a Pedro. Con amigos, socios, o lo que sea, así, quién necesita enemigos. Mimbres que hacen difícil augurar una legislatura estable, porque está parida en el ¿qué hay de lo mío? Cada uno mirando por lo suyo. No por sus ciudadanos, no, por lo suyo, que no es necesariamente lo mismo. ¿En el nombre de España? ¿De Cataluña?
Más de uno me da que va a tener que hacer de tripas corazón en la votación, o votar tapándose la nariz, como cuando éramos pequeños y nuestra madre nos obligaba a comer algo que no nos gustaba. Es lo que hay. Lentejas. Si quieres las comes, y si no… pues a las urnas otra vez. Lo de pactos globales con altura de miras parece misión imposible con el panorama político tal y como lo tenemos. Qué nostalgia de aquella clase política que encontró puntos de acuerdo nada menos que tras una dictadura, para consolidar, ahí es nada, una democracia. A veces me pregunto qué habría pasado entonces con los políticos de ahora. Mejor ni pensarlo. ¡Vaya usted a saber!
Ahora las llaves de nuestra casa, España, las tiene alguien a quien nuestra casa no le gusta nada. O al menos tiene una copia. Pero esta casa tiene unos cimientos sólidos, una madurez democrática de más de 40 años que prevalecerá sobre 'Puigdemones', sobre exigencias arrancadas por necesidad (de votos), no por convicción. Por mucho que algunos aspectos asumidos, algunas condiciones impuestas hagan saltar por los aires aquello de que todos somos iguales. ¿Y lo que nos une? ¿Recuerdan el orgullo de todos por Barcelona 92? ¡Qué tiempos aquellos!