Voy por la vida apuntando siempre absolutamente todo, porque soy de esas que si no lo escribe, lo guarda en la agenda o lo ve en un mensaje no registra cerebralmente una nueva petición. Eso hace que tenga cuadernos y agendas en todos lados, que voy perdiendo y reencontrando y que nunca consigo mantener. La consecuencia habitual de este desorden vital de folios hace que las hojas de mis cuadernos se titulen 'Reunión lunes 9:30', 'Urgente' y 'Me siento sola'. Todas juntas. Sólo diferenciadas por el cambio de página y el giro del cuaderno para ayudarme a diferenciar lo que tengo que interiorizar de mi día y lo que exteriorizo desde mis adentros hacia el papel.
Me quedé más tranquila cuando descubrí que mis amigas tienen lo mismo en la aplicación de notas de sus móviles: la cesta de la compra y el DNI de su madre van seguidas por las reflexiones más profundas y dolorosas. Cebollas, patatas, el coche es gasoil (no gasolina) y la revisión profunda de sus heridas de la infancia que les ha pedido su psicóloga.
No negaré que es un comportamiento bastante intenso por nuestra parte, pero cuando he visto que era un tema común sólo he podido pensar en si otros grupos de población también lo harían. ¿La mujer que me vende las morcillas escribirá cosas en el papel en el que las envuelve cuando está sola? ¿Yolanda Díaz escribirá sobre la maternidad en libretas de la CEOE? ¿Feijóo escribirá la cesta de la compra en los borradores de las enmiendas a los presupuestos? ¿Vox Burgos usará ese boli de promoción de la Cruz Roja para romper el gobierno municipal? Hay tantas opciones que el juego es eterno.
Me pregunto si lo que no apuntamos desaparece. Si el sentimiento que no convertimos en texto se disuelve o simplemente se queda dando vueltas en la cabeza, buscando un papel en sucio donde parar. Quizá todo lo importante lo convertimos en palabras y lo intrascendente se nos escapa. O quizá, al final, ser humano es lo mismo: las patatas y la soledad, la gasolina y el miedo, el oficio y el beneficio.