«Ayúdenme a cantar canciones de alegría», decía Paul McCartney cuando cantaba Pipes on the Pace en un videoclip realizado en 1983 para conmemorar la Tregua que, el día de Navidad de 1914, celebraron soldados alemanes y británicos que luchaban en trincheras de Bélgica durante los meses iniciales de la Gran Guerra. El vídeo mostraba imágenes de la vida que los combatientes añoraban y que a duras penas solo latía en fotografías y cartas que les remitían y llegaban a sus manos. De la vida que débilmente flotaba en ese campo entre ejércitos, entre trincheras, y al que aquel 25 de diciembre habían decidido salir sin miedo para estrechar las manos de los de enfrente clasificados como enemigos por su pertenencia a una patria contra la que había que disparar. De la vida que brotaba de la conversación o del juego en un partido de fútbol espontáneo entre ellos. De la vida, también, a la que, al terminar el día, se renunciaba cuando todos regresaban a su agujero para seguir disparando después.
La prensa de la época recogió el acontecimiento pero toda la destrucción posterior, luego mejor organizada por unos mandos que intensificaron crueldad, impuso la narración del horror y relegó al olvido aquel suceso excepcional. La Tregua no volvió a ser motivo de atención pública hasta los años 60, cuando con la generación contracultural empezó a revivirse aquella historia de paz y desobediencia. El espectáculo teatral, luego convertido en película, Oh, que bonita es la guerra (1963), inició la recuperación del tema que estará presente en la literatura (R. Graves o Follet), en las pantallas (película francesa de 2005 Joyeux Noel, candidata a Óscar y Premio en la Seminci; serie brtánica Blackadler Goes Forth) o en la música (grupos como The Farm, Power Metal o el propio McCartney).
Seguro que la realidad de la Tregua de Navidad no fue tan idílica como la presenta el videoclip al principio mencionado. Ni que tampoco comenzó con el canto del villancico Noche de Paz por soldados luego contestados de forma similar por los de enfrente. Fue un suceso extraordinario que permitió a los combatientes humanizarse durante unas horas enterrando a sus muertos y compartiendo pulso con quienes luego estaban obligados a enfrentarse. Compartiendo durante unas horas la belleza de la esperanza expresada en una propuesta escrita en algunas trincheras y que solamente decía Mañana no disparéis, nosotros tampoco lo haremos.