A finales de 1976, allanando la llegada de la democracia, Jarcha popularizó la canción Libertad sin ira. El estribillo decía, libertad sin ira, libertad, guárdate tu miedo y tu ira, porque hay libertad, y si no la hay sin duda la habrá. Es evidente que los tiempos cambian y con ellos los sentimientos populares. Hoy el miedo anda por las calles, la ira flota en el ambiente y para que seamos más libres se promulgan leyes que consiguen lo contrario.
La fuente de la que emanan nuestras libertades es la Constitución, de la que este mes se ha celebrado su XLVI aniversario. Hace unos días, conversando con uno de los padres de nuestra Carta Magna le dije que echaba de menos los tiempos en los que, con independencia de enfrentamientos entre partidos e ideologías, en las Cortes se trabajaba conjuntamente por lograr acuerdos de futuro pensando en el interés general y el bien común de toda la nación. Su respuesta inmediata fue subrayar la diferencia entre la condición personal de los diputados del pasado y del presente. Me dijo, y son palabras textuales, «entonces todos teníamos oficio y beneficio y los de ahora son una panda de vagos y maleantes».
Quizás sea esa la explicación a tanto despropósito en nuestro Estado social y democrático de Derecho, en el que se cuestiona la Constitución e incluso hay quien pretende derogarla. Es cierto que nuestra ley fundamental, a pesar de su madurez, no alcanza su pleno desarrollo. No se plasman en el ordenamiento jurídico los valores superiores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. Así nos va en el ejercicio de nuestros derechos fundamentales y el acceso a la vivienda, la salud, la educación, etc. Parece que nuestros políticos o no se saben la Constitución o no saben desarrollarla. Hay que decirlo alto y claro, nuestra Constitución, con sus defectos, es de las mejores de Europa. ¡Viva la libertad! ¡Viva la Constitución!