Esta provincia pasa en verano
(fugazmente) de desierto
a resort turístico. Y ahí suceden
algunas cosas de las que, tal vez,
se podría aprender algo.
Así, sin ambages ni eufemismos. Ser viejo es lo que nos ocurrirá a todos si la muerte no lo remedia antes. Hace no tanto era una pequeña probabilidad estadística y hoy una parte amplísima de la vida que, por cierto, llega cada vez más tarde. Pero, al final, hay un momento en que las capacidades y necesidades empiezan a ser otras y se pueden vivir o satisfacer de formas diferentes en función de las circunstancias. Esto se ve muy claro en la temporada resort de los pueblos, repletos de gente mayor (o muy mayor) en la calle y, además, en la vida. Ese mero hecho, su presencia, llama la atención de por sí respecto a la ciudad, donde se les ve menos o nada. Si, por ejemplo, se pasea (o deambula más bien) por el centro de Madrid se podría pensar que los mayores han sido eliminados del mundo (igual que los niños). Y no están porque todo es hostil y no solo para ellos (pero para ellos más).
En cambio, en un pueblo la escala permite disfrutarlo a pesar de las limitaciones. En nada se está en cualquier punto, después de encontrarse con decenas de personas, o en el campo, que siempre es un placer. Se puede tener la suerte, incluso, de encontrar la compra a la puerta de casa (literal) con las furgonetas de carne, fruta o pescado que venden en los pueblos.
Existe además un factor extra que lo cambia todo: la identidad. En el pueblo se es alguien; una señora o señor mayorcísimo no es un viejo en un parque, es alguien con nombre y apellido, con raíces y relaciones, una historia y una vida, al que conocen y conoce, que importa. Uno se imagina a esas señoras y señores en invierno en sus pisos de Sestao, Hospitalet o Gamonal, viendo los concursos vespertinos de la tele, sin salir por días a la calle y luego los ve aquí y entiende que hagan el esfuerzo de viajar y estar, a pesar de tener 90 o más años y arrastrar lo suyo, y que lo harán mientras puedan porque es otra vida, la vida.
Está claro que es verano y las cosas en esta época son distintas, pero alguien podría darle una vuelta a la vejez y su atención, echarle una pensada, tratar de ver las oportunidades. Porque es evidente que en los pueblos es más fácil; con ideas, voluntad y algo de apoyo (por parte de las administraciones) se estiraría la vida autónoma y digna más allá de residencias y dependencias. Seguro que lo hacen en Suecia y luego les copiaremos. Una pena, porque será por pueblos.
Salud y alegría.