Esta provincia pasa en verano (fugazmente) de desierto a resort turístico. Y ahí suceden algunas cosas de las que, tal vez, se podría aprender algo.
El otro día, en la reunión de la asociación cultural del pueblo, alguien, sin venir a cuento, hizo la mejor pregunta de la historia: «A ver, ¿quién está matando a todos los gatos del pueblo?», y del país habría que añadir.
No se ven casi gatos en verano cuando en invierno no hay otra cosa en las villas burgalesas. Quietos, silenciosos, aparecen sobre un muro medio derruido o en cualquier lado como una metáfora perfecta de los propios pueblos que viven inmutables el final de la forma de vida que representan.
Ahora estos felinos, estén donde estén, seguro andan listos para recuperar su reino, una vez las calles se hayan vaciado de coches, las noches de la plaza de niños y los contadores de la luz vuelvan a mostrar la luz roja casa tras casa. El resort se apaga, de nuevo, casi en un pestañeo, al mismo ritmo que los días se acortan aceleradamente por las tardes. Se pasa, en muchos lugares, del todo a la nada; de no poder aparcar (imposible) a calles enteras en las que no queda ninguna casa abierta. Y cada año un poco menos, y menos...
Y no está claro, a estas alturas, cuál es ya la verdadera alma de los pueblos, sobre todo de los pequeños. ¿Son más el lugar de vacaciones que revienta en verano, o el sitio en el que reinan los gatos y el viento, en el que resisten unos pocos, la mayoría mayores? ¿Y qué somos los que los tomamos hasta forzar sus costuras en esos agostos masivos?
Al abandonar el resort, si se vive lejos poniendo incluso esa tabla en la puerta para el agua que certifica el cierre de temporada, le asaltan a uno estas preguntas y piensa, también, si el destino de los pueblos hubiera podido ser otro menos demoledor. Y trata de imaginar cómo será ese pueblo que ahora abandona en 10, 20 o 30 años; cuáles serán sus dinámicas, sus momentos, sus veranos y sus inviernos, y qué quedara de lo que hoy todavía resiste. No tiene respuesta pero, pase lo que pase, se ve allí, en ese mismo lugar. Ese que ahora cierra por fin de temporada y da paso al tiempo de los gatos.
Salud y alegría.