Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


El filtro del arte

06/03/2024

A profesores norteamericanos que llegaban en verano a la Residencia de Estudiantes para progresar en nuestro idioma y conocer nuestra cultura, les organizaban conferencias, excursiones y visitas a museos. En alguna ocasión, el recién llegado también a la Residencia (1917) Luis Buñuel les acompañó por el Prado, contándoles lo que se le ocurría sobre distintas pinturas con ese convencimiento de que el surrealismo cambiaría el mundo. Los profesores se quejaron de aquellas visitas y explicaciones, pero Buñuel insistió luego en reinterpretar el arte que le emocionaba, incorporándolo en varias de sus películas para ahondar así en nuestra alma colectiva.

En distintas ocasiones uno puede comprobar cómo resulta más soportable el contenido áspero de los informativos si a la escucha incorporas tú también ese filtro de emoción y belleza que el arte puede proporcionarte. A dos ejemplos puedo referirme en el espacio de esta columna. Si te hablan de la corrupción sucedida durante los peores momentos de enfermedad y abatimiento, igual soportas mejor el dolor de estómago si te recreas mirando el lienzo de Caravaggio Los jugadores de cartas. Allí hay un tahúr enguantado que ocupa el centro del cuadro y hace señas a uno de los jugadores para que realice la trampa adecuada. Si a ese le colocas la vestimenta del tal Koldo, reconocerás cómo el tramposo deambula por ahí eternamente, manejándose entre las redes del poder como también lo hacía el propio autor de la pintura.

O quizás también escuches que un grupo de curas rigoristas reza para que muera el Papa Francisco. Incluso podrás oír cómo, en sus reuniones, uno de ellos afirmaba que la raíz de la pederastia, la culpa de esa perversión, estaba en la homosexualidad. Una afirmación tan mal intencionada como pudiera serlo alguna similar que alguien escupiera si se le ocurriera decir que la culpa de las manadas y de las violaciones está en la heterosexualidad. Sé que la maldad de ese grupo, envuelta entre sonrisas de tiburón, te afectará como preciso puñetazo al hígado, pero seguramente ya tienes idea de ella por los mendigos que Buñuel sentaba en la mesa de Viridiana, reproduciendo La última Cena de Leonardo. Los mendigos, en cuanto dejaban de fingir una religiosidad que les garantizaría subsistencia, igualmente mostraban su esencia despiadada y falta de humanidad. Claro, la diferencia está en que a estos curas ultras la vida les habrá ofrecido oportunidades y alejado de la desesperación de la mendicidad material. Hay golpes para los que ni con el filtro del arte hay alivio.