De un tiempo a esta parte solo se habla bien del turismo cuando se publican los datos de empleo y queda constancia de la importancia que continúa teniendo el sector en el tejido productivo de nuestro país. El resto del año, casi todo son peros hacia los turistas y las consecuencias que acarrea en las ciudades y playas de la piel de toro su llegada masiva. Ya no es solo el caso de Magaluf o de otros destinos habituales de jóvenes europeos que ocupan su tiempo entre el mar y la borrachera. Ahora también son sospechosas las oleadas de jóvenes que llegan a Santiago de Compostela cantando y celebrando el fin a varios días de peregrinación. En algunas ciudades, sus ayuntamientos ya han comenzado a tomar medidas, o a anunciarlas, contra la proliferación de alojamientos turísticos por las quejas de los vecinos.

Tal y como se están poniendo las cosas va a ser necesario poner a la entrada de cada municipio español un contador de turistas. Y si es posible también, que tenga incorporado un medidor de su 'categoría', es decir, un sistema que determine si el visitante tiene algún interés por descubrir la cultura y las tradiciones autóctonas o si lo primero por lo que pregunta es por el bar o el chiringuito. Otra opción es que se haga también un reparto equitativo entre comunidades autónomas: a Baleares, tantos, a Castilla y León cuantos. Todo con el objetivo de tener un mundo más ordenado y planificado, donde nada quede al libre albedrío ni a los caprichos de la voluntad de cada individuo.

Habrá que reconocer que nos hemos vuelto muy exquisitos. Queremos los beneficios económicos que genera el turismo, pero renegamos del que los origina. Yo seguiré recibiendo con los brazos abiertos a los que vengan a conocer la Petra de Gumiel, aunque no tengan ni idea de dónde pilla eso.