Podemos considerar un mito como una creencia popular, fundamentada en una idea errónea, que circula y se promueve a nivel social. En el caso del ámbito educativo, estos mitos pueden influir tanto en las prácticas pedagógicas como en las políticas educativas, sesgando las percepciones de docentes, estudiantes y padres.
Algunos de los mitos más extendidos están relacionados con la creencia de que existen las inteligencias múltiples y/o los estilos de aprendizaje, algo, que además de no tener ninguna evidencia científica al respecto, condiciona la realización de una praxis educativa de calidad y rigurosa. También suelen darse por válidas afirmaciones como que el hemisferio cerebral más desarrollado determina las aptitudes del estudiante, o que solamente usamos un 10% de nuestro cerebro. Por mencionar algún otro mito extendido más (hay decenas), nos encontramos con que la música clásica estimula la inteligencia de los bebés o que el aprendizaje cooperativo perjudica a los buenos estudiantes. Esta serie de mitos se alimentan (y retroalimentan) de rumorología variada, actualmente promovida por las diversas redes sociales y la ingente cantidad de información constante de la que somos receptores. La difusión y reproducción de los mitos es enorme, lo que conlleva a la legitimización de creencias que condicionan los procesos de enseñanza.
Ante esta situación, es necesario pararse a pensar y reflexionar, de forma crítica, sobre la creencia de estos mitos. La mejor manera, sin duda, es atender a lo que nos dice la evidencia científica en el ámbito educativo, que, sin duda, es muy prolija. Lo más importante de todo, es tener presente que usar esta evidencia permite tomar decisiones legítimas y fidedignas en todos los niveles educativos, evitando sesgos y decisiones subjetivas que podrían no ser beneficiosas para los estudiantes.
A modo de ejemplo, la evidencia científica reconoce la práctica evocada, espaciada e interrelacionada, como técnicas que influyen significativamente en el aprendizaje del estudiante. Esto se transfiere en la realización de actividades que promuevan el recuerdo de aquello que se ha trabajado con anterioridad, consolidando así el aprendizaje. Del mismo modo, las sesiones de trabajo y de estudio deberían de distribuirse en intervalos de tiempo, mejorando de este modo la retención a largo plazo de la información. En este sentido, las tareas a desarrollar deberían de estar intercaladas, atendiendo a diferentes tipos de problemas y habilidades, lo que deriva en la trasferencia del aprendizaje a nuevas situaciones. Algunas otras acciones deberían de estar vinculadas a la resolución de problemas por parte del estudiante a través de la reflexión crítica, a la aplicación de estrategias metacognitivas para que sean conscientes de lo que van aprendiendo, al desarrollo de estrategias de aprendizaje cooperativo, y a la implantación de la evaluación formativa y compartida, implicando al alumnado en su evaluación a través de retroalimentaciones (sin asociarse a calificaciones) que le permitan seguir mejorando.
Por todo ello, y con el fin de que los mitos educativos no sigan guiando las prácticas educativas actuales, es fundamental que, tanto la formación inicial como la permanente del profesorado, se estructure bajo los principios que establece la evidencia científica, ya que, cuando se habla de educación, hay mucho en juego.