Es una de las palabras más polisémicas de nuestra lengua y está cayendo en desuso.
Como término religioso (estar en gracia de Dios, la gracia divina…) se usa cada vez menos. Y no digamos el obsoleto 'dígame usted su gracia' para pregunta por el nombre de alguien. El sentido judicial de indulto o perdón tampoco es ya habitual y el Ministerio de Gracia y Justicia nos suena a tiempos de Jovellanos. Hacer una gracia, con la idea de realizar un servicio a alguien, se ha rendido ante hacer un favor. Desde Rubens o Botticelli ya casi nadie se inspira en Las Tres Gracias…
Claro que sí decimos de alguien que 'no es un bellezón, pero tiene su gracia', o que 'tiene gracia' al que es ocurrente. Una idea aguda o un buen chiste siguen teniendo su gracia en la actualidad. Y mantenemos expresiones como 'hacer gracia' o 'caerle a alguien en gracia' para significar que le despertamos simpatía; o '¡vaya gracia!', con ironía, para decir que nos están haciendo una faena; o ese a menudo despectivo '¡y gracias!', que te dicen para que te contentes con lo que ya has conseguido.
Claro que lo más habitual es su uso como interjección (¡Gracias!) cuando alguien nos hace un favor, nos ceden el paso o nos hacen una gracia (en el sentido del siglo XVIII). Pero cada vez es menor su uso. Estamos perdiendo las formas: ya no es solo que te digan 'pásame esto, 'haz lo otro' o 'muévete allí' (sin un por favor, un anda maja, o expresión equivalente, o un tono de pregunta que lo suavice), sino que, después de que lo pasas, lo haces o te mueves, no te dan las preceptivas ¡gracias!; así que lo que un principio parecía en una petición de favor, se convierte en una orden; y el que ha solicitado tu 'gracia', se convierte -por pura mala educación y sin merecimiento alguno- en un jefe exigente.
Y se justifican estos actos diciendo que vivimos tiempos acelerados, que no caemos en los detalles, que vamos muy rápido… Es cierto, pero tampoco cuesta tanto ni nos lleva tanto tiempo.
Por favor, gracias. Y una sonrisa.