Alguna vez hemos hablado aquí de las cicatrices de la ciudad, esos huecos que la urbe en su crecimiento deja vacíos y abandonados, muchas veces en su mismo centro. Hay uno de esos agujeros que me fascina, tal vez, porque lo veo todos los días. Al lado de la Delegación de la Junta de Castilla y León (subiendo por la Avenida de Cantabria) hay un campo de fútbol de arena, de esa tierra blanca que cuando llueve se apelmaza pesadamente. Hay que fijarse bien porque está como excavado en el suelo, más bajo que la calle, y rodeado de pinos, cipreses o árboles similares que lo hacen pasar desapercibido desde fuera.
No tiene ningún mantenimiento y ya no es útil para jugar al fútbol. De hecho, algunos árboles se han salido de la fila y crecen por su cuenta frente a las porterías en lo que deberían ser las áreas. Ahora nadie lo usa excepto unas personas (supongo que son un equipo) que juegan allí al frisbee, nada menos, con unas reglas que desconozco pero pasándolo en grande.
Ignoro si este lugar (o más bien no lugar) es propiedad de la Junta, el Ayuntamiento o de quien sea, pero da igual, yo pago impuestos a todos y tienen ese espacio muerto, hurtado a los ciudadanos. En realidad se trata de una oportunidad, es un lienzo en blanco en medio de Burgos en el que poder imaginar y plasmar lo que se quiera. Es casi una hectárea en la que cabe de todo y no hace falta gastarse una millonada ni alicatarlo hasta el techo. Yo haría ahí, y regalo la idea, una especie de centro cívico al aire libre, pero sin pretensiones, como de barrio de Berlín, que nos estamos quedando pasadísimos. Un lugar para disfrutar tranquilas y deshinibidas gentes todas las edades, estando en la calle como en casa, como hay que estar. Caben huertos donde plantar y ver crecer, espacios para el ejercicio físico como ese que hay ya en La Quinta, otros para que los niños se pongan de arena hasta arriba; se pueden colocar sillas y mesas para sentarse y hablar mirándose a la cara (que no hay en la ciudad), o tumbonas de rayas para tomar el sol como en el Bois De Boulogne de París. Un pequeño batiburillo de cosas, gentes, actividades, de interacciones, detrás de esos árboles que lo protegen y, a la vez, lo colocan en el cogollo urbano; una maqueta de la vida, en realidad. ¿Les seduce la idea a los responsables? Lo único, eso sí, habría que buscar un hueco a los esforzados del frisbee, que para algo han estado guardando el fuerte en solitario.
A quien corresponda, que haga algo ya con este sitio, que se nos pasa la vida. Salud y alegría.