Como decía Machado, somos tiempo, estamos hechos del devenir de las horas y de la sucesión de sucesos. Por eso el tiempo es un don valioso que no debemos perder.
A los extranjeros que conviven con nosotros suele llamarles la atención la tranquilidad -por no decir pachorra- que tenemos los españoles para llegar a los sitios. Si un acontecimiento empieza a en punto, nos ponemos en movimiento a menos cinco. No lo hacemos cuando tenemos que coger un autobús (del tren, mejor ni hablamos), porque se iría sin nosotros. Ni tampoco para el trabajo (aunque hay quien sí lo hace), porque ser impuntual es motivo de despido. Las competiciones deportivas suelen ser puntuales y no pasa nada si tardamos (a no ser que seamos el árbitro). Yo, personalmente, agradezco mucho que en Cineclub Duero se siga primando la puntualidad.
Pero si vamos a una charla, la presentación de un libro, una obra de teatro, una reunión de todo tipo… la cosa demora su inicio hasta que llegue el público. Entonces esperamos los «cinco minutos de cortesía» porque así está estipulado, aunque no escrito. Y yo me preguntó: ¿Cortesía, para con quién?, ¿con los que llegan tarde a sabiendas? Porque no es cortesía para quienes han cumplido y han acudido al lugar a la hora acordada, esos que van a esperar cinco -o más- minutos por ser corteses con los tardones. Así, las obras de teatro casi nunca empiezan a su hora porque el público no termina de llegar y sentarse; o en charlas y reuniones en las que se espera un tiempo 'prudencial' a que lleguen los rezagados; y aun así, ¡siempre hay quien aparece cuando todo está ya empezado!
Yo no le llamo 'cortesía' a ese tiempo de espera. Para mí, que suelo ser puntual, se trata de una falta de formalidad y respeto de los tardones hacia los que están esperándolos, esos que ya están sentados y que pierden su valioso tiempo por el capricho de los maleducados. Esos «cinco minutos de cortesía» son, no nos equivoquemos, «cinco minutos de descortesía».