Esther Alonso

Ser o Tener

Esther Alonso


Y la vida continúa

13/12/2023

Mientras con una de sus temblorosas manos sujeta su pequeño monedero, con la otra rebusca entre las monedas para llegar justo a los 47,33 euros que marca el ticket de compra de un supermercado de Burgos de una da las cadenas de distribución que más factura en esta franja del hemisferio norte. Cuanto más se impacienta la cajera, más nerviosa se pone la señora y más se le escurren entre las puntas de sus nudosos dedos los tres diminutos céntimos que no alcanza a atrapar. En la cola, un chico de unos 16 años levanta la cabeza por encima de mi hombro para ver qué pasa. Delante de mí, un señor al que por edad la misma situación le espera a la vuelta de su esquina vital masculla entre dientes por la lentitud de la anciana, a la que los productos se le han acumulado junto a una bolsa que la dependienta, atenta solo a la búsqueda del tesoro, ni siquiera se ha permitido abrir. Todo el mundo tiene prisa, pero nadie parece querer hacer nada por ayudarla, al menos amablemente. Sintiéndose culpable por el atasco que se ha generado, termina por renunciar a los tres céntimos, mira con resignación a la cajera y le ofrece un único billete de cincuenta euros. Paga y la vida, como la cola, continúa.

Cerca de Egipto, en el extremo sur de otra franja, la de Gaza, una mujer entrada en años aguarda su turno bajo un toldo que dos postes de oxidado aluminio abrazan para que el viento no se lleve consigo. De un empujón accidental, por la cantidad de gente que se agolpa para lograr acceder a la ayuda internacional, tropieza y cae. Una mano, ni grande ni limpia le ayuda a levantarse del suelo. Se trata de una de las voluntarias de la Media Luna Roja. Ambas se cruzan una mirada de resignación y, sin mediar palabra, la más joven de las dos saca un pequeño termo del interior de su chaqueta y le ofrece un trago de té. Aún no ha llegado oficialmente el invierno, pero su humedad hace semanas que se ha aliado con la guerra para hacer aún más dura la vida en el campo de refugiados. Vuelve a la fila reconfortada por el sorbo caliente, cuando unos puestos más allá un hombre se desploma en el suelo. En la última semana ha visto a dos personas más morir de hambre, sed, tristeza o munición. Apartan el cadáver. La cola, como la muerte, sigue también.

ARCHIVADO EN: Burgos, Gaza, Egipto