Como a estas alturas ya sabrán todos, el Ministerio de Sanidad ha vuelto a hacer obligatorio el uso de las mascarillas en centros sanitarios ante el alarmante crecimiento de los casos de gripe, covid y otras enfermedades que afectan al aparato respiratorio y que amenazan con atascar aún más el ya de por si lento sistema de atención a los pacientes de la sanidad pública.
A raíz de esta nueva medida hay quienes ponen el grito en el cielo y arremeten contra el gobierno, incluso llegan a acusarle de vulnerar derechos fundamentales recogidos en la Constitución, ya saben, ese texto en la cúspide de nuestro sistema democrático que todos invocan y pocos han leído con atención. Lo que de verdad alarma, y también da que pensar, es que llegados a este punto y después de todo lo pasado y sufrido no hayamos aprendido nada y sigan teniendo que venir a imponernos una medida así porque demasiados ciudadanos no son capaces de utilizar el sentido común.
Quizá porque mirando hacia atrás para recordar lo acontecido durante la pandemia nos da la sensación de que no ha sido real o porque nos queremos olvidar de ello, también parece que se han borrado de nuestra mente las pautas que, por aquel entonces, aunque no eran nuevas, nos repitieron hasta la saciedad. Si uno está enfermo y estornuda, se pone el brazo doblado sobre la nariz, lo mismo que cuando tose, especialmente si está en un sitio público o viaja en autobús; además de ventilar los espacios y lavarse a menudo. Toser sobre la mano con la que agarramos la barra de bus, o toser y estornudar sin más en el espacio que compartimos con otras personas y no ponernos, motu proprio, la mascarilla durante unos días cuando sabemos que estamos enfermos da como resultado altas cifras de contagio. Esas en las que estamos ahora y que nos han vuelto a llevar a la obligatoriedad de la mascarilla. Y doy fe que esta manera poco responsable de actuar es la más habitual. Lo más grave es que se corresponde con una tendencia que va a más en nuestra sociedad, en todos los ámbitos, que se caracteriza porque cada uno va a lo suyo y no quiere perder ni un gramo de su bienestar ni aunque su modo de proceder pueda causar un grave perjuicio a quien tiene al lado.