Ayer domingo este periódico publicaba un reportaje dando cuenta de las sanciones que aplican algunas ordenanzas municipales. Venía a cuento porque recientemente se han conocido dos casos curiosos: una persona fue multada con 50 euros por arrojar una colilla al suelo y otra hubo de pagar 150,25 euros por «sonarse los mocos con la mano, lanzando los fluidos nasales contra el suelo».
En el artículo se hacía un repaso de los actos incívicos tipificados y sus consecuencias: tirar chicles a la vía pública, hasta 600 euros; marcar un árbol con, por ejemplo, las iniciales con una navaja, hasta 1.500; dejar folletos en los limpiaparabrisas de los coches (como esos de un mago experto en vudú que hace que se enamore de ti quien quieras), de 600 a 1.500 euros.
Hasta ahí todo correcto. Pero junto a esos hechos reprobables, aparecía otro que, al parecer, recoge como punible la ordenanza de Zonas Verdes y Arbolado y no tiene nada (pero nada) que ver con los anteriores. Pues bien, uno no puede «caminar o introducirse en las zonas verdes acotadas al paso». Vamos, que está prohibido pisar el jardín, como ya decían nuestras madres. Los jardines urbanos «acotados», es decir, los que tienen un bordillo, aunque sea de dos centímetros, se transforman en territorio sagrado, un lugar que contemplar extasiado... desde fuera. Así pues, además de llevarse en la suela del zapato una mierda de perro, si uno osa a pisar un jardín puede ser atizado con hasta 600 euros de multa. Esta forma de pensar es más antigua que la pana marrón; en cualquier ciudad de Europa los jardines están llenos de gente sentada, tumbada, jugando, almorzando o retozando, que también para eso pueden servir. Y aquí ya ven, prohibido; se ve pero no se toca. ¿Nos vamos a quedar cruzados de brazos?
Frente a una norma tan injusta, aburrida, paleta y absurda hago desde aquí un llamamiento a la desobediencia civil, a tomar los jardines, sentarse en ellos, atravesarlos, jugar al fútbol con nuestros hijos y lo que cada uno quiera, que para eso están. La lucha será dura compañeros, pero los vientos de la historia soplan a nuestro favor. Yo, como cabecilla de la sublevación, quizás tenga que hacer como Julian Assange y pedir asilo político. En mi caso, lo solicitaré en el Consulado Honorario de Polonia en Burgos (no se me ocurre otro sitio), ese que luce la bandera roja y blanca encima del bar Victoria, al lado de la catedral. No me importa, estoy dispuesto al sacrificio hasta la, precisamente, victoria que, sin duda, será nuestra. ¡A los jardines! Salud y alegría.