El otro día, a eso de las seis de la mañana, mientras mi mujer conducía entre las ya otoñales tinieblas rumbo a su trabajo en Aranda y yo le daba conversación desde casa a través de mis auriculares para que el sueño no la alcanzara, nos quejábamos de las preocupaciones cotidianas que por estas fechas suelen ocupar nuestras mentes al retomar la rutina tras el verano. Entonces, mientras ojeaba las páginas de Diario de Burgos, vi que el nombre de una persona que conocíamos encabezaba una de las esquelas de la edición de ese día. La sorpresa fue tremenda e hizo que el silencio reinara durante un buen espacio de tiempo en la conversación telefónica.
Y nos dimos cuenta mientras charlábamos de problemas casi intrascendentes, como si fueran irremediables, de que la vida no dura siempre y no podemos dejar que las pequeñas historias de cada día atormenten nuestra cotidianeidad.
Acabamos de pasar unos días en Roma. Yo ya había estado allí varias veces, pero siempre que visito la ciudad eterna recuerdo la primera vez que pude contemplar, en mi más temprana niñez, la maravillosa plaza de San Pedro repleta de palomas formando una imagen llena de realidad ensoñadora. Mi padre me daba la mano. Y cuando hace una semana caminaba junto a mi mujer y mi hija por las transitadas calles que rodean la plaza de España, o por los alrededores del espectacular Coliseo, su ausencia se adueñó de mi corazón y el recuerdo de la imagen paterna dando pequeñas migas a las palomas o tirando una moneda a la Fontana de Trevi o comprando en mercadillos figuras luminosas del Vaticano emborronó mi mirada. Entonces miré al cielo y me dije que no tenemos derecho a oscurecer nuestro devenir por este mundo mientras nuestra salud nos permite gozar de maravillosas vistas desde la terraza del parque Belvedere sobre ruinas que siguen luchando contra el paso del tiempo, o de contemplar la belleza de la representación del origen del hombre en los frescos de la Capilla Sixtina.
Que nuestra vida no se nuble por tormentas pasajeras y que podamos gozar del sol que, a pesar de los tiempos de lluvias, sigue ahí arriba, iluminando los rincones más ocultos de nuestra existencia.