Hace unas semanas, a un servidor le ha caído un año más. Y pasados los días de felicitaciones, buenos deseos, regalos, abrazos y besos de las personas queridas, incluido el imprescindible soplo a dos velas que representan dos cifras de cera, de cuyo número no quiero acordarme, me llega un pequeño periodo de reflexión, de concienciación y de aceptación de lo rápido que pasa el tiempo. Quizá el haber visto hace unos días la excesiva película de Coralie Fargeat La sustancia me ha dejado sorprendido, como a la mayoría del público que ha asistido atónito a su proyección y ha reaccionado con una mezcla de hilaridad, asombro y, al final, de reconocimiento.
Los temas universales, entre ellos el transcurso del tiempo y sus consecuencias, pueden ser tratados de muchas maneras y en eso radica la esencia del arte. Pocos directores, a lo largo de la historia, se han resistido a aportar su visión sobre este tema y la mayoría lo han hecho entre violines que evocan recuerdos de momentos vividos, generalmente felices, pero ya pasados. Así lo han hecho para nuestro deleite desde los grandes maestros como Willder en El crepúsculo de los dioses, Houston en Dublineses, Ford en Qué verde era mi valle y un eterno etcétera, hasta directores contemporáneos como Sorrentino, quien pone en la voz de unos de sus protagonistas la frase: «La nostalgia es la única distracción posible para quien no cree en el futuro».
La película de Coralie Fargeat quizá llegue al mismo sitio, pero si los demás realizadores se sirvieran de instrumentos llenos de sutileza evocadora, ella lo haría con un ruidoso bombo y unos sonoros platillos.
Lo que es irremediable es que el tiempo pasa deprisa y quizá, esa nostalgia a la que elude Sorrentino tenga un poso de belleza amarga que nos hace disfrutar frente a la pantalla. Pero en la vida real debemos buscar alicientes que nos alegren el discurrir habitual de los días. Por eso, los recuerdos felices deberían ser un auténtico estímulo, simplemente porque hemos tenido la inmensa suerte de vivirlos. Porque, como canta Sabina, no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.