Cada día tres personas en nuestro país escuchan una de las frases más terribles, una frase que hiela el alma: «Tienes ELA». Una sentencia de muerte. No hay cura. Por delante se abre un camino durísimo, sin esperanza, una enfermedad degenerativa que mina el cuerpo, implacable, imparable. Como destino, una muerte antes de tiempo, demasiado temprana. Demasiado rápida.
Hace casi seis años esa noticia la recibió Juan Carlos Unzué. Formidable portero de Osasuna, Barça, Sevilla… luego entrenador. En junio de 2020 lo anunciaba. Con 53 años tocaba virar el rumbo. Cambiar los banquillos por un nuevo equipo, el de la ELA. Un equipo de 4.000 personas al que antes de él no se hacía mucho caso. Y por muchos momentos brillantes que tuviera bajo los palos y en la banda, su gran legado lo está escribiendo desde aquel anuncio.
Esta semana tuve la enorme suerte de sentarme frente a él, cara a cara. Juan Carlos, y María nos abrían las puertas de su casa para una charla en Radioestadio Noche que ninguno de los que estuvimos allí vamos a olvidar. Imposible olvidar esos ojos que se iluminan de orgullo cuando habla de sus hijos, que se enternecen contando cómo María, su mujer, le ha demostrado de manera incondicional aquello que se prometieron hace ya 36 años, «en la salud y en la enfermedad». Que una cosa es decirlo en el fragor y la sensación de invulnerabilidad de la juventud, y otra cosa es demostrarlo acompañando, cuidando, queriendo. Respetando también. ¡Qué historia de amor! Mejor que la de las películas. Y más de verdad.
Una mirada que estalla de ilusión por ver el nuevo Camp Nou. «¡Ójala pueda llegar!», aunque Juan Carlos no hace planes a largo plazo. «La vida es el hoy, el presente».
Una mirada de admiración por sus compañeros de enfermedad «me han enseñado mucho». Ellos han sido su misión, su razón de ser desde el diagnóstico. Sabedor de su tirón mediático, ya el primer día desveló sus planes, dar visibilidad a la ELA, conseguir recursos para la investigación y para los enfermos. En lo primero aún se atisba lejana la posibilidad de una cura, en lo segundo, hace muy poco se aprobó, por fin, la ley ELA. Eso sí, falta aterrizarla, y que esas ayudas anunciadas lleguen a los bolsillos de quienes además de enfrentarse a una de las enfermedades más crueles, se enfrentan a una logística carísima que no todos pueden afrontar. Y aunque él huye de colgarse el mérito de esta ley, lo cierto es que fueron sus palabras valientes «¿Cuántos diputados hay en la sala?» las que, tras poner colorada a la clase política (que mira que es difícil que se sonroje), aceleraron esta ley que pasará a la historia como la Ley Unzué. Empeñado está ahora en que llegue el dinero.
Ni un minuto se ha permitido Juan Carlos caer en la autocompasión, ni un ápice de ¿Por qué a mí? «Tampoco me lo pregunté antes cuando era futbolista profesional».
Él da una clave, «aceptación». De esa palabra viene todo lo demás. Vivir exprimiendo cada minuto. Saber que te vas a morir, y ser capaz de ser feliz. «He vivido momentos de auténtica felicidad, muchos, que no habría vivido sin la ELA».
Y nosotros aquí, enfadados con el mundo por tonterías, quejándonos ante cualquier contratiempo, dejando pasar días sin extraerles todo el jugo. Por eso él no tiene miedo, «no he desaprovechado ningún día». Ni aunque haya tomado la decisión de que cuando llegue el momento no se hará la traqueotomía. «No me va a generar calidad de vida suficiente para seguir sintiéndome útil, dándole sentido a mi vida».
Casi seis años «mirando cara a cara a la muerte» y regalándonos una lección de vida brutal. Un mensaje que te hace pensar, que desarma las montañas de drama que hacemos de la primera curva que nos encontramos.
Y una sonrisa contagiosa, efecto espejo, con la que inspira ganas de vivir, ni más ni menos. GRACIAS, Juan Carlos.