La sociedad actual presume de estar abierta a los cambios, pero a todos nos tiemblan las canillas cuando se avecina uno grande. No recuerdo ni una sola reacción positiva a cualquier anuncio de peatonalización en la ciudad. Todas iban a suponer el colapso, el fin de nuestras costumbres. Y a día de hoy nadie discute que fue un acierto quitar el tráfico de la Plaza Mayor, del puente de Santa María o del paseo de Atapuerca, por poner tres ejemplos.
No me duelen prendas en reconocer que peco de coger el coche en demasía, pero soy consciente de que es un comportamiento trasnochado. Las ciudades tienden a ganar espacio para el peatón o el ciclista y lo considero un progreso. El túnel de la calle Santander no sólo me parece un acierto, sino que tampoco veo que sea una inversión desmesurada, como defiende la oposición. Me resulta, de hecho, bastante chocante que un partido que se considera 'progresista' (si es que este término ha tenido alguna vez algún tipo de significado) se oponga de una manera tan radical al proyecto.
Que probablemente fuera más necesario invertir en Gamonal es algo en lo que estoy de acuerdo. Cabría recordar al líder del grupo municipal socialista, Daniel de la Rosa, que recogió cable cuando ni siquiera se atrevió a plantear la posibilidad de retomar la idea del bulevar de la calle Vitoria. Otra iniciativa que habría supuesto un progreso y que terminó en el triunfo del catetismo -que no del pueblo, como se vendió-. Sólo recordar que esa misma vía, a su paso por el centro, sufrió hace poco una profunda remodelación con la incorporación de un carril bici y la eliminación de aparcamientos. Nadie se quejó porque, deduzco, en esa zona de la ciudad entienden que el crepúsculo de los coches supone un avance y no un retroceso.