El ser humano es una marioneta movida por los hilos del conocimiento. A lo largo de toda su historia lo ha convertido en una herramienta para adaptarse y aprender de un mundo que no fue diseñado para él. El uso de diferentes disciplinas ha hecho posible la supervivencia y evolución del ser humano, muchas veces sin ser verdaderamente consciente de la transcendencia de sus actos. 

A día de hoy se sigue haciendo uso de muchas de las lecciones que aprendieron nuestros antepasados, esculpidas con el paso de los años en sus versiones más actuales. Aún llegan incluso ecos de aquellos primeros pobladores. De esta forma, encontramos repartidas por la historia semillas del gran árbol de la ciencia cuyos frutos disfrutamos hoy en día y que fueron plantadas por aquellas personas que a base de observar y actuar aprendían tanto de sus aciertos como de sus errores, intentando explicar su entorno y mejorar su calidad de vida. 

El uso y estudio de las plantas para elaborar ungüentos curativos sentaron las bases de la medicina moderna. Las estrellas que guiaron durante décadas a los marineros dejaron la puerta abierta a muchas incógnitas sobre el universo. En la prehistoria aprendimos a usar los recursos de nuestro entorno y desde tiempos inmemorables se han ido obteniendo numerosos pigmentos y sofisticando su composición para alcanzar tonalidades más intensas o con características específicas. 

Estas pequeñas pinceladas son suficientes para mostrar que la ciencia ha estado siempre presente y que no solamente es matemáticas, física, química y tecnología tal cual las estudiamos, sino que la ciencia comprende todo el conocimiento, incluyendo las humanidades y las artes, basándose en la observación y su aplicación en todos los ámbitos. La ciencia es una forma de ver la vida y de entenderla, entonces dejemos de etiquetar el conocimiento en letras o ciencias. El mundo está interconectado, aprendamos a ver esos hilos.