Amanece un nuevo día, rodeado de los escombros de lo que un día fue tu hogar. Sales a la calle, acudiendo en ayuda de las fatigadas palas que se abren paso por el barro. Te pones manos a la obra y te sumas a los voluntarios que dejaron todo para ayudar. Entre los escombros y la suciedad se hallan recuerdos destrozados de un pasado que ya no existe más que en sus memorias. Intentas devolverles parte de esa vida que ya no volverán a tener, porque este año quedará cicatrizado en sus memorias y en su mirada.
Intentas olvidar todo aquello que has perdido y concentrarte en lo poco que te queda y en lo que puedes recuperar para los demás, pero no puedes evitar escuchar el llanto roto de una madre cuyo hijo lleva días desaparecido o los desgarros metálicos de los barrotes que está intentando arrancar el vecino para sacar el cadáver de su esposa, a la que no le dio tiempo a salvar. Vuelves a casa, sobrecogido y desbordado, y te sorprendes mirando fijamente la pared que no cedió a los múltiples martillazos para sacar a tu vecino, quien te suplicaba que lo sacaras mientras el agua ahogaba lentamente su esperanza.
Y a pesar de todo, vuelves a salir a ayudar con las labores de búsqueda de desaparecidos. Es triste darte cuenta de que el olor es el mejor guía en muchos casos.
Se oyen rumores de que llegarán más efectivos para ayudar, sin embargo sabes que no descansarás cuando esto ocurra, ya que correrás a ayudar a las decenas de pueblos que permanecen enterrados e incomunicados. Sus gritos de auxilio parecen no ser suficientes para enviar más ayuda.
Sin embargo, no debemos de olvidarnos de dar gracias a todos aquellos que están dedicando su tiempo y sus fuerzas a ayudar: los miles de voluntarios que llegan tanto desde las propias poblaciones afectadas como de todos los rincones de España, a la ayuda de los efectivos nacionales e internacionales.
Hagamos caso ya de expertos y científicos que nos advierten de lo que el cambio climático es capaz de hacer.