Cuando oímos la palabra héroes, a todos nos viene a la cabeza la imagen que el cine y la literatura llevan años mostrándonos: personas con superpoderes que hacen de nuestro mundo un lugar mejor. Pero ¿acaso no vemos que realmente depende de nosotros? A veces una palabra o un gesto puede cambiarlo todo. Lo que a ti te parece una simple sonrisa o un breve mensaje de texto o llamada, para la otra persona puede ser una inyección de ánimo y valor en un día complicado. A veces, simplemente con acordarte de que tu amigo, familiar o conocido pasa por un momento delicado y acompañarle, aunque sea desde la distancia, le da la fuerza que necesita. Es tan sencillo como poco frecuente, pues son gestos que nacen del corazón y son fruto de la empatía. Sin embargo, hay que valorar más a estos héroes cotidianos que sin pedir nada a cambio también hacen de nuestro mundo un lugar mejor. No tienen superpoderes y muchas veces son invisibles, pero sus nobles actos salvan vidas.
No nos damos cuenta de que los tenemos más cerca de lo que pensamos, como esos valientes que tras haber perdido todo en incendios devastadores o inundaciones, no dudan en ayudar a sus vecinos a tener una pequeña posibilidad de conservar, al menos, unos pocos recuerdos. Personas que dan cobijo a animales indefensos y maltratados sin pensar siquiera que juntos formarán una gran familia. Voluntarios que invierten su tiempo libre en hospitales acompañando a pacientes enfermos para así alejar la soledad y el dolor con risas. Algo tan sencillo como aquellos profesores que disimulan su agotamiento en una sonrisa o que hacen del aula un espacio seguro para que sus alumnos sientan la confianza de poder recurrir a ellos, porque nadie sabe la historia detrás de cada persona y muchas veces simplemente necesitan ser escuchados y comprendidos. Esta columna se la dedico a los héroes sin capa, a aquellos que fueron y no están, a los que son y a los que llegarán.