El primer fan de la alianza del PP con Vox es el PSOE. Tiene sentido táctico y electoral y forma parte de las explicaciones del último resultado en las generales. Las motivaciones del votante a la hora de depositar su papeleta son complejas y muchas veces contradictorias. Por eso los políticos con juicio lúcido, que saben apreciar las consecuencias no buscadas de sus decisiones, evitan meterse en jardines complicados. No son pocos los votantes de Vox que imaginan que su voto también es para el PP, pero sin excesiva convicción. No aciertan a colegir que en realidad están votando al PSOE, entre otras razones por la ambigüedad del PP a la hora de definir sus alianzas.
A Nuñez Feijóo no le gustó (ni le gusta) pactar con Vox, ha evitado la confraternización en no pocas ocasiones. Pero hace un año dejó hacer a los barones regionales por mor de conseguir descabalgar a los socialistas de unos cuantos gobiernos autonómicos y de muchos ayuntamientos. Año y medio después el balance es malo, la mayor parte de esos pactos, los más importantes, han fracasado, aunque permiten mantener la estrategia socialista del PP y Vox la misma mierda son.
El caso de las subvenciones negadas por el Ayuntamiento de Burgos a tres ONG de ayuda a los emigrantes es ejemplar en este sentido. Ha puesto a prueba la solvencia de la alianza de los dos partidos y ha salido mal, tanto que debería llevar a la ruptura de la alianza y a la clarificación de posiciones. Pero para eso hace falta carácter e ideas claras, cualidades que no brillan en el consistorio burgalés.
La protesta ciudadana contra la absurda y malvada medida, encabezada, entre otros, por el sentido común de Caritas e incluso por este diario, ha forzado a dar marcha atrás al bipartito que maneja el Presupuesto. Una rectificación a regañadientes, que revela la inconsistencia de las convicciones de la dirigencia local del PP.
Les quedan más disgustos por digerir a cuenta de sus compañeros de viaje. Buena parte de la ciudadanía detecta las contradicciones y toma nota.