Warren Buffet, una de las personas más listas (y ricas por mérito propio) del mundo, advirtió ante la pasada crisis financiera de 2008: «cuando baje la marea se sabrá quién nadaba desnudo». La proposición sirve para la catástrofe de las inundaciones que nos embargan estos días. No es el momento de las recriminaciones sino de resolver los problemas agobiantes del día, del minuto. Cuando se retire el lodo y todo lo que le acompaña, y se reanude la normalidad, será el momento de revisar lo acontecido, de reclamar responsabilidades y de tomar medidas para cuando vuelva a suceder algo semejante Porque volverá a suceder y, si la lección no se aprende y asimila, vendrán desgracias semejantes.
A la fecha sabemos que la solidaridad de los ciudadanos funciona, que el sentimiento de hermandad sigue anidando en el espíritu. Pero solo con eso no progresamos en sociedades tan complejas e interdependientes como la nuestra. Además de esa solidaridad se requieren recursos (los tenemos) y también unidad de mando, saber qué hacer y cómo hacerlo; para finalmente ejecutar a tiempo.
Eso es lo que habrá que analizar con rigor y sin la ofuscación que produce el partidismo que nos agobia y convierte la política (no los inmigrantes) en principal preocupación de los españoles. La intervención pública en televisión del jueves (a pie de obra) del jefe de la oposición fue lamentable. Equivocada en la oportunidad y en el sentido de oportunidad. El sábado, el presidente del gobierno mostró realismo y sentido de estado.
En estos momentos no sabemos quién ha estado a cargo del problema. ¿Era el jefe de bomberos o el presidente de la Comunidad o el responsable de catástrofes y emergencias? Y cuando no está clara la línea de mando la confusión es el resultado más lógico. Además de línea de mando clara el otro requisito imprescindible es la comunicación. El periodismo, especialmente las televisiones han cumplido brillantemente su función de servicio púbico trasladando información y sentimientos. Pero no ha sido la comunicación lo que ha salido bien en esta catástrofe.
Cuando se retire el lodo vamos a notar que muchos de nuestros dirigentes estaban desnudos y con la mirada distraía. Una vez más podemos recordar el cantar de Mio Cid: Qué buen vasallo, si tuviera buen señor.