La pasada fue una semana intensa. Estuvimos a punto de salir volando por los coletazos del huracán Kirk. No nos hubiese venido mal para huir de tanta indignidad e indolencia. Ya nos lo temíamos, pero en los últimos días se ha certificado que nuestros representantes son unos cínicos o unos dejados. Que están a lo que están. A su perfidia y a su nómina. Los demás somos meros contingentes. Eso sí, tienen comités de ética y garantías. No se ría, querido lector. La de momentos que nos hubieran dado Tip y Coll tal y como está el percal. Entonces se podía hacer humor inteligente con la política, y no solo chistes de cuñados como ahora.
Volviendo al comité de marras, uno de los que sí pasó la prueba del algodón de la ética en el Partido Socialista fue Antonio Asunción. Los más viejos del lugar le recordarán porque fue aquel ministro del Interior que tuvo la dignidad de dimitir cuando se le escapó el golfo de Luis Roldán. En estos tiempos se vuelve a llevar el biotipo del ex director general de la Guardia Civil -por aspecto físico y por vicios- y muy poco el del político valenciano.
Para rendir homenaje al exresponsable de la Benemérita en tiempos de Felipe González, Koldo o José Luis Ábalos podrían posar en calzoncillos Abanderado y con los flotadores con forma de animales que popularizó Roldán. Era la España del 'capitalismo de amiguetes', donde los jefes de los guardias eran los mayores ladronazos. A la vista de lo que está dando de sí la trama bautizada por el que fue mano derecha del ex de Transportes, tampoco difiere mucho de la actual.
Tal y como está el patio y cómo se va a seguir poniendo a medida que se vayan revelando más informes de la UCO, resulta pintoresco asistir a la bronca en el seno del PSOECyL. Una fiel a Luis Tudanca llegó a publicar en sus redes sociales que la jugarreta del comité de ética era propio de la cosa nostra y de la máquina del fango. En la tertulia de Escaño Cero del pasado jueves, el gran Diego Quintanilla patentó un dicho: «Así se las ponían a Fernández Mañueco». Y va a tener toda la razón. Ni a Fernando VII le colocaban las bolas en posiciones tan ventajosas para ganar sus partidas de billar.