Que un señor naranja por decisión propia, machista, inculto, zafio, hortera, agresivo, que ha sido declarado culpable de abuso sexual y falsificación de documentos entre otras lindezas, y que solo acepta los resultados electorales cuando gana, vaya a ser DE NUEVO presidente del país más poderoso del mundo me da escalofríos. Ahora bien, que un payaso sin gracia que da vergüenza ajena, al que solo le importa su país, que niega el cambio climático y que afirma que los inmigrantes se comen las mascotas de los residentes de Springfield (¡o igual fue Homer Simpson!), haya sido votado por 74,7 millones de personas me obliga a concluir que sus adversarios lo han hecho rematadamente mal.
Hubiese preferido equivocarme, pero en esta misma columna presagiaba este resultado hace 6 meses. Decía entonces, con motivo de las protestas universitarias en EEUU por el genocidio de Gaza, que la complicidad de Biden en el mismo nos llevaría a una nueva victoria de Trump. La candidata finalmente ha sido otra, pero su intención en este tema, como en casi todos, era continuista. Además, cuestiones cruciales como la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos o la creciente desigualdad han hecho el resto. Lo expresó muy acertadamente Bernie Sanders tras la derrota electoral: no debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora se encuentre con que la clase trabajadora le ha abandonado a él. Y es que, más que ganar Trump, ha perdido Harris. Mientras los republicanos han obtenido los mismos votos que hace cuatro años (más de 74 millones), a Harris le han votado 10 millones de personas menos que a Biden en las anteriores elecciones: 71.
Mi conclusión es que los votantes del Partido Demócrata querían un cambio de rumbo, y ese giro no se ha atisbado.
La buena noticia es que Trump no puede volver a presentarse. Y la mala… que siempre se puede ir a peor. Si el Partido Demócrata no espabila, podríamos encontrarnos en cuatro años con un presidente de EEUU tan cínico que, habiendo sido inmigrante irregular, es ahora un fervoroso impulsor del cierre de fronteras: el infantil y excéntrico millonario Elon Musk.