El fútbol se ha convertido en un territorio hostil para las propuestas valientes. Los entrenadores cada vez encuentran más réditos en el amarre, apuestan por salvar un punto y a seguir sumando, pero el Mirandés de Alessio Lisci, por muy italiano que sea, optó por todo lo contrario el pasado domingo en Albacete. Fue osado, intrépido, atrevido y, pese a todo, acabó sin premio. La injusticia en el fútbol, como en la vida, está a la orden del día.

El ascenso directo se va a decidir por un detalle. Un gol en el último minuto, un cabezazo al palo, un penalti dudoso... Es tal la igualdad en la parte alta de la Liga Hypermotion que cualquiera de los de arriba puede acceder a esas dos primeras plazas. El Mirandés es muy consciente de ello, pero en vez de conformarse con el punto en el Belmonte fue a por los tres. El cambio de Joel Roca por Alberto Reina fue una declaración de intenciones y, tras la expulsión de Medina, los burgaleses se lanzaron a por el triunfo. Total, ¿qué tienen que perder? Lo tuvieron en su mano, pero fue la del portero exrojillo Raúl Lizoain -cosas del destino- la que les privó del triunfo. Después, pagaron un error defensivo con la derrota.

Y todavía muchos burgaleses de la capital me preguntan por qué quiero que suba el Mirandés. Lo primero porque no se me ha perdido nada en Elche o Huesca, lo segundo porque la mayoría de los días practica un fútbol de esos que divierte y lo tercero porque no hay nadie que juegue mejor ni se lo merezca más. Hace ocho meses suspendía amistosos porque no tenía jugadores a menos de dos semanas para empezar la liga y hoy pelea por medirse el próximo curso al Real Madrid y el Barça. De lograrlo, sería una de las mayores gestas del fútbol español.