No soy muy bueno para las distancias, pero calculo que la calle Maestro Ricardo tendrá unos 60 metros de largo. Sin salida si entras desde San Pedro de Cardeña. Para que se ubique, está en uno de los laterales de Jesuitas. Es pequeñita, más bien tranquila, no muy ancha y sin demasiado tráfico, pero atravesar esos 60 metros a la salida de los niños del colegio es equiparable a la etapa más dura del Dakar. Un desafío solo para los más valientes, para los que persisten, para los que nunca se rinden o para los que tienen el garaje al final de la calle y no les queda otra que entrar en el ojo del huracán. Este último es mi caso.
La vía pública se convierte de lunes a viernes en un parking privado de Jesuitas. Si no lo ha vivido, le ayudo a visualizarlo. Se forman dos filas de coches, una en el carril de ida y otra en el de vuelta y solo queda una hilera en la que apenas cabe un vehículo para cruzar en ambos sentidos. Las rayas discontinuas quedan en el medio, así que el que meta el morro antes, pasa. Muy despacio, midiendo las distancias para no rozarse, pero pasa.
Los primeros 10 metros fueron sencillos. Un par de maniobras y listo. Me sentí como Cristina Gutiérrez al llegar a un 'check point', pero ahí se complicó todo. Los coches salían en dirección contraria y no había manera de meter el morro. Un cuarto de hora después, hastiado y tratando de no pagarlo con la señora que me impedía el paso al estar aparcada en dirección contraria, se abrió un hilo de esperanza. Vi un coche rotulado del San Pablo y dije: «Esta es la mía. Este que me conoce, me deja pasar». Así que eché un órdago y me puse frente a frente. Él no podía ir para atrás ni para delante. Me tocó recular y, además, me llevé el rapapolvo de Stumbris. Por los gestos, intuí que me soltó varias lindezas en letón a través del cristal. Yo quería explicarle que llevaba 15 minutos parado, pero no soy tan tonto como para cabrear a un letón de casi dos metros que no sonríe ni en las fotos para acojonar a los rivales.
Al final, me abro hueco, un alma caritativa cede ante mi insistencia mientras los padres contemplan mi gesta con pachorra desde dentro de sus coches, pero tengo bloqueada la entrada al garaje. Hago 50 maniobras y enfilo la rampa. Justo salen dos vecinos. No puedo echar marcha atrás porque los que me bloqueaban antes me cierran el camino. Estoy atrapado. Hago otras 50 maniobras, me meto en la acera, trato de no pillar a los niños y, media hora después del inicio de la etapa, llego a casa a descansar para afrontar la del día siguiente. Y así hasta que acabe el curso.