Aún me acuerdo de sus ojos diciéndome adiós sin yo querer despedirme de ella. Fue en septiembre, donde los finales se resignan a tener que volver a empezar; donde las olas del mar se despiden de los niños que las han hecho felices acompañándolas hasta la orilla; donde los pueblos vuelven a la tristeza crónica de su irremediable soledad y donde la fugacidad del amor temporal se dice adiós dejando un corazón roto.
También es un mes de comienzos. De mirar hacia delante con las ganas de quien cree que este va a ser su curso, del que sabe que se la juega y tiene que salir con todo, o del que aprovecha para nadar a contracorriente y se va de vacaciones en busca del sol casi agotado que han dejado los demás. Septiembre es ese mes aeropuerto donde unos vienen y otros se van, donde el verano dice adiós y el otoño se presenta tirando sus primeras hojas.
Yo sigo recordando cómo en junio y julio todo fue un vendaval. Cómo los sentimientos corrieron libres sin que nadie se atreviese a pararles. Llevaban la ilusión por bandera y no había nada más grande que verlos sonreír. En aquel verano robé besos, vi los mejores atardeceres reflejados en otros ojos y aprendí lo que significaba la palabra amor. Después de leer cientos de definiciones solo había que vivirlo para poder saber lo que era.
Septiembre me dejó sin verano, pero también sin ella. Ahora cada vez que el calendario repite esas fechas yo vuelvo a pensar en su sonrisa. Y me hago preguntas. ¿Cuántos corazones rotos habrá dejado el noveno mes del año a su paso?, ¿en cuántos pueblos quedarán cenizas de un amor aplazado?, ¿en cuántas playas se habrán sellado pactos de mentira que pretendían ser para siempre? Siempre dura un segundo cuando se trata de querer con el reloj en contra, cuando sabes que eso que quieres tiene un final.
Septiembre significa muchas cosas y entre otras volver a empezar, pero yo cuando llegan estos días no puedo olvidarme de ese final del verano. Fue solo ese verano, pero su recuerdo se quedó para siempre.