Los periodistas que acuden solícitos a la rueda de prensa posterior a la reunión semanal del gabinete de Pedro Sánchez tuvieron que gozarla. Acostumbrados a escuchar lugares comunes y argumentarios teledirigidos para responder a las cuestiones más escabrosas, el pasado martes se encontraron con una gresca entre ministras que no estaba en el guion a cuenta de la obligación de tributar a los trabajadores que cobren el salario mínimo.
Las gesticulaciones de la, presuntamente, ofendida vicepresidenta primera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se demostraron poco después impostadas. Pues al parecer sí que sabía lo que se empeñaba en desconocer. A pesar del alto concepto que tiene de sí misma, la política gallega no está pasando por sus mejores momentos. Intenta sacar rédito de las medidas más sociales del ejecutivo, pero las encuestas le siguen dando la espalda -hasta las cocinadas a medida por el CIS de Tezanos- y los suyos dejaron de confiar en ella hace tiempo. Sin embargo, continúa siendo una pieza muy importante en los planes de Pedro Sánchez para mantener, aunque sea con respiración asistida, una izquierda 'cuqui' y no depender de los montaraces de Podemos.
En ese masificado Consejo de Ministros hay otros representantes de Sumar, aunque la mayoría de ciudadanos tenga problemas para identificarlos. Uno de ellos es Pablo Bustinduy, encargado de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. El hombre estaba disfrutando plácidamente del cargo, hasta que el excéntrico consejero delegado de Ryanair decidió tomarla con él. Le ha sacado del anonimato, aunque haya sido para disfrazarle de payaso en la campaña veraniega de la aerolínea de bajo coste. Ya saben aquello, que hablen de mí aunque sea bien. Lo peor para un representante público es pasar desapercibido, que su tarea no trascienda más allá de las paredes de su despacho. Aunque tampoco es necesario que para lograr notoriedad se convierta en un Óscar Puente de la vida.