Ya lo saben ustedes; a finales del pasado octubre se inauguró en Sevilla una exposición que aúna las obras y las vidas de los hermanos Machado, -Los Machado. Retrato de familia-, que vendrá a Burgos en enero del próximo año; tiempo habrá de hablar. Lo que traemos hoy a estas líneas es una máquina infernal, un artefacto del maligno que el visitante encuentra -y celebra- a la salida de la muestra, la máquina de trovar, que hace sonetos al por mayor con solo susurrarle dos o tres palabras. El invento se debe a Antonio Machado, que en sus conversaciones filosófico-poéticas entre los apócrifos Juan de Mairena y Jorge Meneses, dice que la máquina no va a suplantar al poeta, sino que el artilugio pretende reflejar el estado de ánimo de quien la use en un momento determinado. «Por ejemplo -dice Meneses-, en una reunión de borrachos, aficionados, al cante jondo, que corren una juerga de hombres solos, a la manera andaluza, un tanto sombría, el aparato registra la emoción dominante, y la traduce en cuatro versos esenciales», de forma que la máquina de trovar llega a la copla: Dicen que el hombre no es hombre,/ mientras que no oye su nombre/ de labios de una mujer. Puede ser.
Nunca pasó más grande tribulación y congoja Lope de Vega, que ante la cuartilla en blanco, tratando de escribir el soneto que le mandó hacer el imaginario Violante, y eso que era el fénix de los ingenios, pero la máquina de trovar, animada por la inteligencia artificial, compone sonetos a mansalva y a gusto del consumidor, que es quien le dice qué palabras han de actuar como musa de su mecánica inspiración.
Hicimos la prueba, claro, susurramos al aparatejo, y, a modo de ticket, la máquina soltó por su boca mecánica un soneto sin alma: En la senda va Manuel, solo,/ tierra en su andar, sombras que abrazan,/ ecos de sueños... No seguimos transcribiendo. Preferimos la poesía de Antonio Machado, yo voy soñando/ caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes/ pinos, las polvorientas encinas!…; preferimos la poesía de Manuel, me siento, a veces, triste/ como una tarde del otoño viejo… Decíamos hace quince días que nos estamos quedando sin poesía, y nos equivocamos; siempre nos quedarán los Machado.
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