Rendimiento académico y aprendizaje suelen entenderse como sinónimos, cuando no lo son. De hecho, existen diferencias importantes entre ambos.
El rendimiento académico, tradicionalmente, se ha asociado a la calificación final que un estudiante tiene en una asignatura, y esto, en muchos casos, dista de lo que verdaderamente se haya aprendido en la misma, sobre todo, si se atiende a la perdurabilidad del aprendizaje. En ello influyen muchas variables: desde la tipología del contenido, la metodología desarrollada, las características del grupo clase, el tipo de prueba empleada, hasta la flexibilidad y/o benevolencia que tenga el docente a la hora de poner las calificaciones. Es más, puede parecer extraño, pero un alumno puede obtener una calificación alta en una asignatura, y, a las dos semanas, percatarse/nos de que ha aprendido más bien poco sobre la misma.
Gran parte de la causa de esto, en muchos casos, es debido a que nos encontramos en un sistema educativo fundamentado en el examen final, en la presión de obtener una nota (la más alta posible), en la comparación constante con el de al lado (si yo apruebo, y tu suspendes, mi aprobado vale más) y en métodos de estudio fundamentados en 'atracones memorísticos' los días antes del examen, que si bien pueden funcionar para la superación del mismo, no a medio plazo, ni tampoco para transferir ni extrapolar lo aprendido a otros contextos. El rendimiento académico, si se pretende que se asocie al aprendizaje, ha de prescindir de la superficialidad del contenido, del agobio por obtener un número, de la mirada a corto plazo, así como de asociarse exclusivamente una prueba memorística, escrita, con boli y papel, en un tiempo determinado.
Por lo tanto, el aprendizaje, requiere de la adquisición de conocimientos, por supuesto, pero fundamentados en diversidad de habilidades y de competencias, que sean interrelacionados, que puedan evidenciarse de diferentes formas (oral, escrita…), a través de diferentes procedimientos de evaluación (informes, vídeos tutoriales, exposiciones, foros…) y que requieran de diversas habilidades (buscar información, contrastarla, filtrarla, autoevaluarse, coevaluar a compañeros, detectar errores, ser conscientes de las fortalezas y habilidades…). En este sentido, es fundamental que el aprendizaje se asocie a la adquisición de destrezas que conlleven la resolución de problemas de diversa índole (el cerebro no funciona por bloques estancos). Además, es esencial atender a la evidencia científica sobre la práctica evocada, asociada e interrelacionada.
Para ello, en un sistema educativo en el que abunda la burocracia, la sobrestimación de la calificación y la famosa titulitis, dentro de una sociedad basada en la inmediatez y en el boom mediático informativo de las redes sociales, parece coherente que en el aula apliquemos el lema de menos es más. Es preciso promover aprendizajes profundos y duraderos, a través de actividades significativas y motivantes para el alumnado, que le requieran de esfuerzo y compromiso (esto es innegociable) y que le impliquen activamente, permitiéndole demostrar lo aprendido a través de diversidad de formas y canales.