Apenas ha comenzado el verano y ya hemos observado los efectos del cambio climático. El aumento de las temperaturas máximas, las tormentas intensas más frecuentes, el incremento de áreas con sequía y su gravedad son sólo algunas de las huellas que va dejando y que cada verano se hacen más habituales. Es triste que ya no nos sorprenda la desmedida cantidad de eventos climáticos extremos que destrozan poblaciones enteras, arrasan con los cultivos, cambian nuestro modo de vida y tienen gran impacto sobre la economía local e internacional.
No es una moda de los últimos años, es una realidad y como tal debemos enfrentarnos a ella de cara y con todas las herramientas que tengamos. Las vías de actuación son múltiples: desde pequeños actos individuales hasta acuerdos entre grandes empresas y organismos internacionales.
Las consecuencias las sufrimos todos y las seguirán teniendo las generaciones futuras. Llevamos siendo avisados décadas por parte de numerosos científicos.
Con cada año que pasa no es solamente más complicado contrarrestar el cambio climático, sino que además supone un mayor coste a la economía mundial. Sin embargo, el cuidado de nuestro planeta no debe ser visto como un lujo, sino como nuestra obligación. Habitamos en él, pero malgastamos sus recursos. El uso desmedido de combustibles fósiles, la sobreproducción y el consumismo han sido entre otros muchos factores los que nos han hecho llegar a la situación actual.
Aunque algunas de las consecuencias que sufrimos actualmente sí son irreversibles, otras no. Algunos ejemplos son los 9 puntos de no retorno. Alcanzarlos supondría un cambio a nivel mundial: desaparición de la selva amazónica, deshielo marino del ártico, colapso de los arrecifes de coral, deshielo del permafrost, declive del bosque boreal, pérdida de la capa de hielo de Groenlandia y la consecuente alteración de la circulación atlántica y de la capa de hielo de la Antártida.