Según publicó este periódico hace unos días, la Policía Local ha lanzado una campaña con agentes de paisano para denunciar bicis y patinetes por las aceras. Doy fe, yo les vi en plena acción: eran dos policías jóvenes vestidos en plan chandalero, lo que hoy hace pasar plenamente desapercibido. Estaban quietos, como hablando, cerca de un paso de cebra, y cuando un ciclista o conductor de patinete se subía montado a la acera (lo hicieron unos cuantos) les paraban, sacaban un carnet en plan peliculero, les explicaban y les atizaban la multa antes de que supiesen lo que estaba ocurriendo.
Nada que objetar, uno siempre ha pensado que la ciudad, como diría Marx, es para el que la camina, y que hay normas claras que indican por dónde ha de ir cada uno; que se cumplan. Pero, puestos a mejorar la movilidad y ganar espacios de verdad para el peatón, se puede ser un poco más ambicioso. Está bien lo de la operación encubierta y jugar un poco a agentes secretos, pero ahora hagámoslo en serio, como los mayores. ¿Dónde? Muy sencillo, en la autopista encubierta que atraviesa la ciudad: la avenida Castilla y León.
Como es sabido, esa calle es territorio exclusivo de vehículos que circulan a velocidades elevadas y, muy ocasionalmente, se detienen en los pasos de cebra. Uno se planta al borde de uno de ellos y espera que el coche que viene a 70 pare, o no, y el de su izquierda haga lo mismo, o no. Y así todo el rato. ¿Qué se podría hacer? Muy fácil, poner un agente disfrazado en el paso de cebra; si el vehículo que circula no se detiene se lo comunicaría (por walkie) a otro policía que estaría, pongamos, cien metros más adelante. Y ahí, claro, multón de los buenos, que se corra la voz. Es más, si no cuentan con agentes suficientes para la iniciativa, me ofrezco voluntario para el papel de gancho. Por el bien de la operación, me puedo caracterizar de lo que quieran para no despertar sospechas: de abuelo, de pandillero, de repartidor de comida, de religioso... Vendo mi alma y me convierto en un colaboracionista por acabar con lo que, en muchas jornadas, es el peor momento de mi día: abandonar el paseo (ahora otoñal) bajo los chopos de la ribera del Vena para jugar a la ruleta rusa cruzando un paso de esa avenida.
Si a las autoridades competentes esta operación les parece una locura, ahí va otra alternativa: ¡poner semáforos de una vez! Igual es más fácil, aunque menos divertido. Salud y alegría.