Antaño, las relaciones sociales se limitaban principalmente a la gente del entorno: familia, cole y vecindario. Con la llegada del verano ampliábamos el círculo a campamentos, colonias, o piscinas. Pero estas nuevas amistades resultaban ser bastante efímeras, a no ser que tuvieras pueblo. Lo bueno del pueblo es que por fin tu círculo social traspasaba las fronteras locales y además perduraban en el tiempo.
El fenómeno fan era cercano. Consistía en esperar a los jugadores del Burgos para que te firmaran el cromo de la temporada. O llegados los sampedros, en perseguir al grupo musical de moda para obtener el ansiado autógrafo, que, por cierto, después exhibías en clase.
Hoy todo es más enrevesado. Las relaciones sociales trascienden la amistad, y se amplían a conocidos, a amigos de amigos, e incluso a desconocidos. Es verdad que seguimos esperando a los jugadores del San Pablo, pero ahora virtualizamos nuestro trofeo con un selfie y un posteo en redes. Lo fijamos en WhatsApp para que se enteren nuestros contactos, y también en TikTok o Instagram con el fin de dejar constancia al resto del planeta. Y es en ese momento, cuando se hace más amplia y al mismo tiempo más impersonal.
Tan impersonal, que la foto con ese famoso, bien se puede trasladar al postre que estás a punto de tomar, a un vídeo de tu mascota, o a dar visibilidad a tus aficiones. Cualquier cosa tiene cabida.
Luego están los mirones. Son esas personas que fisgan tus publicaciones: curiosos o cotillas que te siguen el juego, con un like o sin él. La realidad es que la mayor parte de las veces, lo que hacen es dar escrol a tu post, no por menosprecio, sino por desinterés.
No menos importantes, y apartados de toda esta vorágine de posteos y follows, están los que se ponen de espaldas al presente, bien sea con la indiferencia por bandera, o hastiados de tanta exposición.
Yo soy de los que posteo. ¿Y tú?