En los últimos tiempos está surgiendo una cierta actitud revisionista en torno al significado del Concilio Vaticano II. No faltan voces que, aunque minoritarias, a veces tienen una notable repercusión mediática y que señalan que buena parte de los problemas de la Iglesia actual provienen de los resultados de esta asamblea. Creo que esta interpretación es claramente injusta pues, a mi entender, los frutos de esta reunión supusieron una auténtica primavera eclesial que aún sigue viva. El talento y el talante del papa San Juan XXIII, que supo ver y entender los signos de los tiempos, y la capacidad intelectual del papa San Pablo VI hicieron posible que las actuaciones de los padres conciliares dieran a la luz textos tan magistrales como la constitución Gaudium et Spes (Alegría y Esperanza) con la que nos sentimos identificados la inmensa mayoría de los católicos. Sí que es cierto que algunas minorías, en los años en que empezaron a ponerse en marcha las disposiciones conciliares, mostraron su rechazo a las mismas anclándose en los valores de una tradición en la que a veces predominaba más el respeto a las formas y no tanto a la sustancia de la fe católica de la que el Concilio fue fiel defensor.
Traigo todo esto a colación en relación con los sucesos de ruptura religiosa que últimamente se han vivido en nuestro entorno y que no dejan de tener un carácter doloroso para todos aquellos que creemos, sinceramente, en la Iglesia que, aunque dotada de múltiples carismas, sigue siendo sólo una según nuestro credo. Quiero alabar el tacto, misericordia y llamada al diálogo, pero también la defensa de la unidad y de los principios de la Iglesia Universal, con las que nuestras autoridades diocesanas, encabezadas por su máximo representante, han tratado el asunto, teniendo siempre como preocupación a las personas y como guía la parábola del hijo pródigo, actuando con pleno sentido evangélico. Por desgracia, no parece que ya sea posible el diálogo con quienes creen que la Cátedra de San Pedro está vacante, resultando curioso que hasta no hace mucho tiempo estas mismas personas hayan estado rezando por el actual Papa y que hayan formado parte durante décadas de esa Iglesia conciliar en la que profesaron y de la que voluntariamente ahora se han separado.