Guillermo Arce

Plaza Mayor

Guillermo Arce


El cacao de las clarisas

16/05/2024

Trufas, rocas, cerillas, palitos, bombones, perlas... La mayor parte de los mortales descubrimos las bondades gastronómicas de las clarisas de Belorado en enero de 2016, cuando esta pequeña comunidad de religiosas se convirtió en la estrella del Madrid Fusión. Pocas semanas después me aseguraban angustiadas que no paraban y que tuvieron que «ponerse las pilas» para atender tanta demanda. 

El obrador del convento lo llevaban 5 de las 16 monjas de la comunidad y los pedidos a través de internet pasaron del silencio absoluto de la web durante más de 8 meses desde su puesta en funcionamiento hasta superar ampliamente los 30 diarios. La estrella digital era una caja con 600 gramos de surtidos celestiales que se comercializó con toda España a 35 euros de entonces, un regalo perfecto para las cestas de empresa más selectas, para la Navidad o para las personas a las que realmente aprecias. Ya ello había que sumar el trajín del torno, que no paraba de girar con las bolsitas y cajas de chocolates.

Supongo que fue en ese trajín mediático y comercial cuando las religiosas conocieron los pecados del capitalismo, tan dulces como sus bombones. La enorme contradicción de tener entre manos un negocio muy boyante con el compromiso de por vida dedicado a la contemplación, la oración, la pobreza y el trabajo sin salario. ¿Es posible vivir intramuros entre abundancia y éxito?

Como respuesta, me viene a la memoria la visita que realicé a la clausura de la Cartuja acompañado de su prior en vísperas de desatarse la pandemia. Fuera de micrófono nos hablamos de la vida (¡cómo no!, en ese lugar de paz). Detenidos un instante frente al cementerio donde reposan los monjes, con la crudeza de sus cruces descarnadas y tumbas de tierra, le pregunté: «¿Qué se puede temer rodeado de tanta paz?». «El que hoy esté usted aquí», me respondió.